Interlocutores:
CIPIÓN.
JUGURTA.
GAYO
MARIO.
Dos
EMBAJADORES de Numancia.
SOLDADOS romanos.
QUINTO FABIO.
MÁXIMO, hermano de Cipión
JORNADA I
SCENA I
Salen primero CIPIÓN y JUGURTA.
CIPIÓN Esta difícil y pesada carga,
que
el Senado romano me ha encargado,
tanto me aprieta, me fatiga y carga,
que
ya sale de quicio mi cuidado.
Guerra de curso tan estraño y larga,
y
que tantos romanos ha costado,
¿quién no estará suspenso al acabarla,
o
quién no temerá de renovarla?
JUGURTA ¿Quién, Cipión? Quien tiene la
ventura
y el
valor nunca visto que en ti encierras,
pues
con ella y con él está sigura
la
victoria y el triunfo destas guerras.
CIPIÓN El esfuerzo regido con cordura
allana al suelo las más altas sierras,
y la
fuerza feroz de loca mano
áspero vuelve lo que está más llano.
Mas
no hay que reprimir, a lo que veo,
la
furia del ejército presente,
que,
olvidado de gloria y de trofeo,
yace
embebido en la lascivia ardiente.
Esto
sólo pretendo, esto deseo:
volver a nuevo trato a nuestra gente;
que,
enmendado primero el que es amigo,
sujetaré más presto al enemigo.
¡Mario!
Sale GAYO MARIO.
G.
MARIO
¿Señor?
CIPIÓN
Haz que a noticia venga
de
todo nuestro ejército, en un punto,
que,
sin que estorbo alguno le detenga,
parezca en este sitio todo junto,
porque una breve plática o arenga
les
quiero hacer.
G. MARIO Harélo en este punto.
CIPIÓN Camina, porque es bien que sepan
todos
mis
nuevas trazas y sus viejos modos.
Vase GAYO MARIO.
JUGURTA Séte decir, señor, que no hay
soldado
que
no te tema juntamente y te ame;
y,
porque ese valor tuyo extremado
de
Antártico a Calisto se derrame,
cada
cual con feroz ánimo osado,
cuando la trompa a la ocasión le llame,
piensa de hacer en tu servicio cosas
que
pasen las hazañas fabulosas.
CIPIÓN Primero es menester que se refrene
el
vicio que entre todos se derrama;
que
si éste no se quita, en nada tiene
con
ellos que hacer la buena fama.
Si
este daño común no se previene,
y se
deja arraigar su ardiente llama,
el
vicio solo puede hacernos guerra
más
que los enemigos desta tierra.
Dentro se echa este bando, habiendo primero tocado a recoger el
atambor:
Manda nuestro general
que
se recojan, armados,
luego todos los soldados
en
la plaza principal;
y
que ninguno no quede
de
parecer a esta vista,
so
pena que de la lista
al
punto borrado quede.
JUGURTA No dudo yo, señor, sino que
importa
regir con duro freno la milicia,
y
que se dé al soldado rienda corta
cuando él se precipita en la injusticia:
la
fuerza del ejército se acorta
cuando va sin arrimo de justicia,
aunque más le acompañen a montones
mil
pintadas banderas y escuadrones.
A este punto han de entrar los más soldados que pudieren, y GAYO
MARIO, armados a la antigua, sin arcabuces; y CIPIÓN se sube sobre
una peñuela que está en el tablado, y, mirando a los SOLDADOS, dice:
CIPIÓN En el fiero ademán, en los lozanos
marciales aderezos y vistosos,
bien
os conozco, amigos, por romanos:
romanos, digo, fuertes y animosos;
mas,
en las blancas delicadas manos
y en
las teces de rostros tan lustrosos,
allá
en Bretaña parecéis criados
y de
padres flamencos engendrados.
El
general descuido vuestro, amigos,
el
no mirar por lo que tanto os toca,
levanta los caídos enemigos
y
vuestro esfuerzo y opinión apoca;
desta ciudad los muros son testigos,
que
aún hoy están cual bien fundada roca,
de
vuestras perezosas fuerzas vanas,
que
sólo el nombre tienen de romanas.
¿Paréceos,
hijos, que es gentil hazaña
que
tiemble del romano nombre el mundo,
y
que vosotros solos en España
le
aniquiléis y echéis en el profundo?
¿Qué
flojedad es esta tan extraña?
¿Qué
flojedad? Si mal yo no me fundo,
es
flojedad nacida de pereza,
enemiga mortal de fortaleza.
La
blanda Venus con el duro Marte
jamás hacen durable ayuntamiento:
ella
regalos sigue; él sigue el arte
que
incita a daños y a furor sangriento.
La
cipria diosa estése agora aparte;
deje
su hijo nuestro alojamiento;
que
mal se aloja en las marciales tiendas
quien gusta de banquetes y meriendas.
¿Pensáis que sólo atierra la muralla
el
ariete de ferrada punta,
y
que sólo atropella la batalla
la
multitud de gente y armas junta?
Si
el esfuerzo y cordura no se halla,
que
todo lo previene y lo barrunta,
poco
aprovechan muchos escuadrones,
y
menos, infinitas municiones.
Si a
militar concierto se reduce
cualquier pequeño ejército que sea,
veréis que como sol claro reluce,
y
alcanza las victorias que desea;
pero
si a flojedad él se conduce,
aunque abreviado el mundo en él se vea,
en
un momento quedará deshecho
por
más reglada mano y fuerte pecho.
Avergüénceos, varones esforzados,
ver
que, a nuestro pesar, con arrogancia,
tan
pocos españoles, y encerrados,
defiendan este nido de Numancia.
Diez
y seis años son, y más, pasados,
que
mantienen la guerra y la jactancia
de
haber vencido con feroces manos
millares de millares de romanos.
Vosotros os vencéis; que estáis vencidos
del
bajo antojo femenil liviano,
con
Venus y con Baco entretenidos,
sin
que a las armas extendáis la mano.
Correos agora, si no estáis corridos,
de
ver que este pequeño pueblo hispano
contra el poder romano se defienda,
y
cuando más rendido, más ofenda.
De
nuestro campo quiero, en todo caso,
que
salgan las infames meretrices;
que
de ser reducidos a este paso
ellas solas han sido las raíces.
Para
beber no quede más de un vaso,
y
los lechos, un tiempo ya felices,
llenos de concubinas, se deshagan
y de
fajina y en el suelo se hagan.
No
me hüela el soldado a otros olores
que
al olor de la pez y de resina,
ni
por gulosidad de los sabores
traiga aparato alguno de cocina,
que
el que busca en la guerra estos primores,
muy
mal podrá sufrir la coracina;
no
quiero otro primor ni otra fragancia,
en
tanto que español viva en Numancia.
No
os parezca, varones, escabroso
ni
duro este mi justo mandamiento:
que,
al fin, conoceréis ser provechoso,
cuando aquel consigáis de vuestro intento.
Bien
sé se os ha de hacer dificultoso
dar
a vuestras costumbres nuevo asiento;
mas,
si no las mudáis, estará firme
la
guerra, que esta afrenta más confirme.
En
blandas camas, entre juego y vino,
hállase mal el trabajoso Marte;
otro
aparejo busca, otro camino;
otros brazos levantan su estandarte;
cada
cual se fabrica su destino,
no
tiene aquí Fortuna alguna parte:
la
pereza fortuna baja cría;
la
diligencia, imperio y monarquía.
Estoy, con todo esto, tan seguro
de
que al fin mostraréis que sois romanos,
que
tengo en nada el defendido muro
destos rebeldes bárbaros hispanos;
y
así, os prometo por mi diestra y juro
que
si igualáis al ánimo las manos,
que
las mías se alarguen en pagaros,
y mi
lengua también en alabaros.
Míranse los SOLDADOS unos a otros, y hacen señas a uno de ellos,
GAYO MARIO, que responda por todos, y así dice:
G. MARIO Si con atentos ojos has mirado,
ínclito general, en los semblantes
que
a tus breves razones han mostrado
los
que tienes agora circunstantes,
cual
habrás visto sin color, turbado,
y
cual con ella: indicios bien bastantes
de
que el temor y la vergüenza, a una,
los
aflige, molesta e importuna.
Vergüenza de mirarse reducidos
a
términos tan bajos por su culpa;
que,
viendo ser por ti reprehendidos,
no
saben a su falta hallar disculpa;
temor de tantos yerros cometidos,
y la
torpe pereza, que los culpa,
los
tiene de tal modo, que se holgaran
antes morir que en esto se hallaran.
Pero
el lugar y tiempo que les queda
para
mostrar alguna recompensa,
es
causa que con menos fuerza pueda
fatigar el rigor de tal ofensa:
de
hoy más, con presta voluntad y leda,
el
más mínimo de estos cuida y piensa
de
ofrecer sin revés a tu servicio
la
hacienda, vida y honra en sacrificio.
Admite, pues, de sus intentos sanos
el
justo ofrecimiento, señor mío,
y
considera, al fin, que son romanos,
en
quien nunca faltó del todo el brío.
Vosotros, levantad las diestras manos
en
señas que aprobáis el voto mío.
SOLD.
1º
Todo
lo que aquí has dicho confirmamos.
SOLD.
2º
Y lo
juramos [todos].
TODOS Sí juramos.
CIPIÓN Pues, arrimada a tal ofrecimiento,
crecerá desde hoy más mi confianza,
creciendo en vuestros pechos ardimiento
y
del viejo vivir nueva mudanza.
Vuestras promesas no se lleve el viento;
hacedlas verdaderas con la lanza,
que
las mías saldrán tan verdaderas,
cuanto fuere el valor de vuestras veras.
SOLDADO. Dos numantinos con seguro vienen
a
darte, Cipión, una embajada.
CIPIÓN ¿Por qué no llegan ya? ¿En qué se
detienen?
SOLDADO Esperan que licencia les sea dada.
CIPIÓN Si son embajadores, ya la tienen.
SOLDADO Embajadores son.
CIPIÓN Dales entrada;
que,
aunque descubra cierto o falso pecho
el
enemigo, siempre es de provecho.
Jamás la falsedad vino cubierta
tanto con la verdad, que no mostrase
algún pequeño indicio, alguna puerta
por
donde su maldad se investigase;
oír
al enemigo es cosa cierta
que
siempre aprovechó antes que dañase,
y en
las cosas de guerra, la experiencia
muestra que lo que digo es cierta ciencia.
Entran dos EMBAJADORES numantinos: PRIMERO y SEGUNDO.
PRIMERO Si nos das, buen señor, grata
licencia
de
decir la embajada que traemos,
do
estamos, o ante sola tu presencia,
todo
a lo que venimos te diremos.
CIPIÓN Decid, que adondequiera doy
audiencia.
PRIMERO Pues con ese seguro que tenemos
de
tu real grandeza concedido,
daré
principio a lo que soy venido.
Numancia, de quien yo soy ciudadano,
ínclito general, a ti me envía,
como
al más fuerte capitán romano
que
ha cubierto la noche o visto el día,
a
pedirte, señor, la amiga mano,
en
señal de que cesa la porfía
tan
trabada y cruel de tantos años,
que
ha causado sus propios y tus daños.
Dice
que nunca de la ley y fueros
del
romano Senado se apartara,
si
el insufrible mando y desafueros
de
un cónsul y otro no la fatigara:
ellos, con duros estatutos fieros
y
con su estrecha condición avara,
pusieron tan gran yugo a nuestros cuellos,
que
forzados salimos dél y de ellos;
y,
en todo el largo tiempo que ha durado
entre ambas partes la contienda, es cierto
que
ningún general hemos hallado
con
quien poder tratar de algún concierto.
Empero agora, que ha querido el hado
reducir nuestra nave a tan buen puerto,
las
velas de la guerra recogemos,
y a
cualquiera partido nos ponemos.
Y no
imagines que temor nos lleva
a
pedirte las paces con instancia,
pues
la larga experiencia ha dado prueba
del
poder valeroso de Numancia.
Tu
virtud y valor es quien nos ceba,
y
nos declara que será ganancia
mayor de cuantas desear podremos,
si
por señor y amigo te tenemos.
A
esto ha sido la venida nuestra:
respóndenos, señor, lo que te place.
CIPIÓN Tarde de arrepentidos dais la
muestra;
poco
vuestra amistad me satisface.
De
nuevo ejercitad la fuerte diestra,
que
quiero ver lo que la mía hace,
ya
que ha puesto en ella la ventura
la
gloria mía y vuestra desventura.
A
desvergüenza de tan largos años,
es
poca recompensa pedir paces:
seguid la guerra, renovad los daños,
salgan de nuevo las valientes haces.
EMB. SEG. La falsa confianza mil engaños
consigo trae; advierte lo que haces,
señor, que esa arrogancia que nos muestras
renovará el valor en nuestras diestras.
Y,
pues niegas la paz que con buen celo
te
ha sido por nosotros demandada,
de
hoy más la causa nuestra con el cielo
quedará por mejor calificada;
y,
antes que pises de Numancia el suelo,
probarás dó se extiende la indignada
furia de aquel que, siéndote enemigo,
quiere serte vasallo y fiel amigo.
CIPIÓN
¿Tenéis más que decir?
PRIMERO No; más tenemos
que
hacer, pues tú, señor, ansí lo quieres,
sin
querer la amistad que te ofrecemos,
correspondiendo mal a ser quien eres.
Pero
entonces verás lo que podemos,
cuando nos muestres tú lo que pudieres;
que
es una cosa razonar de paces,
y
otra romper por las armadas haces.
CIPIÓN Verdad dices; y ansí, para
mostraros
si
sé tratar en paz y obrar en guerra,
no
quiero por amigos aceptaros,
ni
lo seré jamás de vuestra tierra.
Y,
con esto, podéis luego tornaros.
SEGUNDO ¿Que en esto tu querer, señor, se
encierra?
CIPIÓN Ya he dicho que sí.
SEGUNDO Pues, ¡sus, al hecho,
que
guerras ama el numantino pecho!
Sálense los EMBAJADORES, y QUINTO FABIO, hermano de CIPIÓN, dice:
Q. FABIO El descuido pasado nuestro ha sido
el
que os hace hablar de aquesa suerte,
mas
ya ha llegado el tiempo, ya es venido,
do
veréis nuestra gloria y vuestra muerte.
CIPIÓN El vano blasonar no es
admitido
de
pecho valeroso, honrado y fuerte:
templa las amenazas, Fabio, y calla,
y tu
valor descubre en la batalla.
Aunque yo pienso hacer que el numantino
nunca a las manos con nosotros venga,
buscando de vencerle tal camino,
que
más a mi provecho le convenga;
yo
haré que abaje el brío y pierda el tino,
y
que en sí mesmo su furor detenga:
pienso de un hondo foso rodeallos,
y
por hambre insufrible subjetallos.
No
quiero ya que sangre de romanos
colore más el suelo desta tierra:
basta la que han vertido estos hispanos
en
tan larga, reñida y cruda guerra;
ejercítense agora vuestras manos
en
romper y cavar la dura tierra,
y
cúbranse de polvo los amigos
que
no lo están de sangre de enemigos.
No
quede de este oficio reservado
ninguno que le tenga preminente:
trabaje el decurión como el soldado,
y no
se muestre en esto diferente.
Yo
mismo tomaré el hierro pesado,
y
romperé la tierra fácilmente.
Haced todos cual yo, y veréis que hago
tal
obra con que a todos satisfago.
Q. FABIO Valeroso señor y hermano mío,
bien
nos muestras en esto tu cordura,
pues
fuera conocido desvarío
y
temeraria muestra de locura
pelear contra el loco airado brío
destos desesperados sin ventura.
Mejor será encerrallos, como dices,
y
quitarles al brío las raíces.
Bien
puede la ciudad toda cercarse,
si
no es la parte por do el río la baña.
CIPIÓN Vamos, y venga luego a efectuarse
esta
mi nueva poco usada hazaña;
y si
en nuestro favor quiere mostrarse
el
cielo, quedará subjeta España
al
Senado romano, solamente
con
vencer la soberbia de esta gente.
[Vanse].
SCENA II
Sale una doncella coronada con unas torres y trae un castillo en la
mano, la cual significa ESPAÑA, y dice:
ESPAÑA ¡Alto, sereno y espacioso cielo,
que
con tus influencias enriqueces
la
parte que es mayor deste mi suelo,
y
sobre muchos otros le engrandeces,
muévate a compasión mi amargo duelo;
y,
pues al afligido favoreces,
favoréceme a mí en ansia tamaña,
que
soy la sola desdichada España!
Bástete ya que un tiempo me tuviste
todos mis flacos miembros abrasados,
y al
sol por mis entrañas descubriste
el
reino escuro de los condenados.
A
mil tiranos, mil riquezas diste;
a
fenices y griegos entregados
mis
reinos fueron, porque tú has querido,
o
porque mi maldad lo ha merecido.
¿Será posible que contino sea
esclava de naciones estranjeras,
y
que un pequeño tiempo yo no vea
de
libertad tendidas mis banderas?
Con
justísimo título se emplea
en
mí el rigor de tantas penas fieras,
pues
mis famosos hijos y valientes
andan entre sí mesmos diferentes.
Jamás en su provecho concertaron
los
divididos ánimos briosos;
antes, entonces más los apartaron
cuando se vieron más menesterosos;
y
ansí, con sus discordias convidaron
los
bárbaros de pechos codiciosos
a
venir y entregarse en mis riquezas,
usando en mí y en ellos mil cruezas.
Sola
Numancia es la que sola ha sido
quien la luciente espada sacó fuera,
y a
costa de su sangre ha mantenido
la
amada libertad suya primera.
Mas,
¡ay!, que veo el término cumplido,
y
llegada la hora postrimera,
do
acabará su vida y no su fama,
cual
Fénix renovándose en la llama.
Estos tan muchos temidos romanos
que
buscan de vencer cien mil caminos,
rehuyen de venir más a las manos
con
los pocos valientes numantinos.
¡Oh,
si saliesen sus intentos vanos,
y
fuesen sus quimeras desatinos,
y
esta pequeña tierra de Numancia
sacase de su pérdida ganancia!
Mas,
¡ay!, que el enemigo la ha cercado,
no
sólo con las armas contrapuestas
al
flaco muro suyo, mas ha obrado
con
diligencia estraña y manos prestas,
que
un foso, por la margen trincheado,
rodea la ciudad por llano y cuestas;
sola
la parte por do el río se extiende
de
este ardid nunca visto se defiende.
Ansí,
están encogidos y encerrados
los
tristes numantinos en sus muros:
ni
ellos pueden salir, ni ser entrados,
y
están de los asaltos bien seguros;
pero, en sólo mirar que están privados
de
ejercitar sus fuertes brazos duros,
con
horrendos acentos y feroces
la
guerra piden, o la muerte a voces.
Y,
pues sola la parte por do corre
y
toca a la ciudad el ancho Duero,
es
aquella que ayuda y que socorre
en
algo al numantino prisionero,
antes que alguna máquina o gran torre
en
sus aguas se funde, rogar quiero
al
caudaloso conocido río,
en
lo que puede ayude el pueblo mío.
Duero gentil, que con torcidas vueltas
humedeces gran parte de mi seno,
ansí
en tus aguas siempre veas envueltas
arenas de oro, cual el Tajo ameno,
y
ansí las ninfas fugitivas sueltas,
de
que está el verde prado y bosque lleno,
vengan humildes a tus aguas claras,
y en
prestarte favor no sean avaras,
que
prestes a mis ásperos lamentos
atento oído, o que a escucharlos vengas;
y,
aunque dejes un rato tus contentos,
suplícote que en nada te detengas.
Si
tú con tus continos crecimientos,
destos fieros romanos no me vengas,
cerrado veo ya cualquier camino
a la
salud del pueblo numantino.
Sale el río DUERO, con otros muchachos vestidos de río como él, que
son tres riachuelos que entran en DUERO.
DUERO Madre y querida España, rato había
que
hirieron mis oídos tus querellas;
y si
en salir acá me detenía,
fue
por no poder dar remedio a ellas.
El
fatal, miserable y triste día,
según el disponer de las estrellas,
se
llega de Numancia, y cierto temo
que
no hay dar medio a su dolor extremo.
Con
Orvión, Minuesa y también Tera,
cuyas aguas las mías acrecientan,
he
llenado mi seno en tal manera,
que
los usados márgenes revientan;
mas,
sin temor de mi veloz carrera,
cual
si fuera un arroyo, veo que intentan
de
hacer lo que tú, España, nunca veas:
sobre mis aguas, torres y trincheas.
Mas,
ya que el revolver del duro hado
tenga el último fin estatuido
deste tu pueblo numantino amado,
pues
a términos tales ha venido,
un
consuelo le queda en este estado:
que
no podrán las sombras del olvido
oscurecer el sol de sus hazañas,
en
toda edad tenidas por estrañas.
Y,
puesto que el feroz romano tiende
el
paso agora por tu fértil suelo,
y
que te oprime aquí, y allí te ofende,
con
arrogante y ambicioso celo,
tiempo vendrá, según que ansí lo entiende
el
saber que a Proteo ha dado el cielo,
que
esos romanos sean oprimidos
por
los que agora tienen abatidos.
De
remotas naciones venir veo
gentes que habitarán tu dulce seno,
después que, como quiere tu deseo,
habrán a los romanos puesto freno;
godos serán, que, con vistoso arreo,
dejando de su fama al mundo lleno,
vendrán a recogerse en tus entrañas,
dando de nuevo vida a sus hazañas.
Estas injurias vengará la mano
del
fiero Atila en tiempos venideros,
poniendo al pueblo tan feroz romano
sujeto a obedecer todos sus fueros;
y,
portillos abriendo en Vaticano,
tus
bravos hijos y otros estranjeros
harán que para huir vuelva la planta
el
gran Piloto de la nave santa.
Y
también vendrá tiempo en que se mire
estar blandiendo el español cuchillo
sobre el cuello romano, y que respire
sólo
por la bondad de su caudillo.
El
grande Albano hará que se retire
el
español ejército, sencillo,
no
de valor sino de poca gente,
que
iguala al mayor número en valiente.
Y
cuando fuere ya más conocido
el
propio Hacedor de tierra y cielo,
aquél que ha de quedar estatuido
por
visorrey de Dios en todo el suelo,
a
tus reyes dará tal apellido,
cual
viere que más cuadra con su celo:
católicos serán llamados todos,
sucesión digna de los fuertes godos.
Pero
el que más levantará la mano
en
honra tuya y general contento,
haciendo que el valor del nombre hispano
tenga entre todos el mejor asiento,
un
rey será, de cuyo intento sano
grandes cosas me muestra el pensamiento:
será
llamado, siendo suyo el mundo,
el
Segundo Filipo, sin segundo.
Debajo deste imperio tan dichoso,
serán a una corona reducidos,
por
bien universal y tu reposo,
tus
reinos hasta entonces divididos;
el
jirón lusitano tan famoso,
que
un tiempo se cortó de los vestidos
de
la ilustre Castilla, ha de zurcirse
de
nuevo y a su estado antiguo unirse.
¡Qué
envidia y qué temor, España amada,
te
tendrán las naciones estranjeras,
en
quién tu teñirás tu aguda espada
y
tenderás, triunfando, tus banderas!
Sírvate esto de alivio en la pesada
ocasión por quien lloras tan de veras,
pues
no puede faltar lo que ordenado
ya
tiene de Numancia el duro hado.
ESPAÑA
Tus razones alivio han dado en parte,
famoso Duero, a las pasiones mías,
sólo
porque imagino que no hay parte
de
engaño alguno en estas profecías.
DUERO Bien puedes de eso, España, asegurarte,
puesto que tarden tan dichosos días.
Y
adiós, porque me esperan ya mis ninfas.
ESPAÑA ¡El cielo aumente tus sabrosas
linfas!
JORNADA II
SCENA I
Interlocutores:
TEÓGENES y CORABINO, con otros cuatro NUMANTINOS,
gobernadores de Numancia, y MARQUINO, hechicero, y un CUERPO MUERTO,
que saldrá a su tiempo. Siéntanse a consejo, y los cuatro NUMANTINOS
que no tienen nombres se señalan así: PRIMERO, SEGUNDO, TERCERO,
CUARTO.
TEÓGENES Paréceme, varones esforzados,
que
en nuestros daños con rigor influyen
los
tristes signos y contrarios hados,
pues
nuestra fuerza y maña desminuyen.
Tiénennos los romanos encerrados,
y
con cobardes mañas nos destruyen;
ni
con matar muriendo no hay vengarnos,
ni
podemos sin alas escaparnos.
Y no
sólo a vencernos se despiertan
los
que habemos vencido veces tantas,
que
también españoles se conciertan
con
ellos a segar nuestras gargantas;
tan
gran maldad los cielos no consientan:
con
rayos hieran las ligeras plantas
que
se mueven en daño del amigo,
favoreciendo al pérfido enemigo.
Mirad si imagináis algún remedio
para
salir de tanta desventura,
porque este largo y trabajoso asedio
sólo
promete presta sepultura;
el
ancho foso nos estorba el medio
de
probar con las armas la ventura,
aunque a veces valientes, fuertes brazos,
rompen mil contrapuestos embarazos.
CORABINO ¡A Júpiter pluguiera soberano
que
nuestra juventud sola se viera
con
todo el bravo ejército romano,
adonde el brazo rodear pudiera!
Que
allí al valor de la española mano
la
mesma muerte poco estorbo fuera,
para
dejar de abrir ancho camino
a la
salud del pueblo numantino.
Mas,
pues en tales términos nos vemos,
que
estamos como damas encerrados,
hagamos todo cuanto hacer podremos
para
mostrar los ánimos osados:
a
nuestros enemigos convidemos
a
singular batalla; que, cansados
de
este cerco tan largo, ser podría
quisiesen acabarle por tal vía.
Y,
cuando este remedio no suceda
a la
justa medida del deseo,
otro
camino de intentar nos queda,
aunque más trabajoso, a lo que creo:
este
foso y muralla que nos veda
el
paso al enemigo que allí veo,
en
un tropel de noche le rompamos,
y
por ayuda a los amigos vamos.
NUM. PRIM. O sea por el foso o por la muerte,
de
abrir tenemos paso a nuestra vida;
que
es dolor insufrible el de la muerte,
si
llega cuando más vive la vida;
remedio a las miserias es la muerte,
si
se acrecientan ellas con la vida,
y
suele tanto más ser excelente,
cuanto se muere más honradamente.
SEGUNDO ¿Con qué más honra pueden apartarse
de
nuestros cuerpos estas almas nuestras,
que
en las romanas armas arrojarse
y en
su daño mover las fuertes diestras?
En
la ciudad podrá muy bien quedarse
quien gusta de cobarde dar las muestras;
que
yo mi gusto pongo en quedar muerto
en
el cerrado foso o campo abierto.
TERCERO Esta insufrible hambre macilenta,
que
tanto nos persigue y nos rodea,
hace
que en vuestro parecer consienta,
puesto que temerario y duro sea.
Muriendo escusaremos tanta afrenta;
mas
quien morir de hambre no desea,
arrójese conmigo al foso, y haga
camino a su remedio con la daga.
CUARTO Primero que vengáis al trance duro
desta resolución que habéis tomado,
paréceme ser bien que desde el muro
nuestro fiero enemigo sea avisado,
diciéndole que dé campo seguro
a un
numantino y otro su soldado,
y
que la muerte de uno sea sentencia
que
acabe nuestra antigua diferencia.
Son
los romanos tan soberbia gente,
que
luego aceptarán este partido;
y si
lo aceptan, creo firmemente
que
nuestro amargo daño ha fenecido,
pues
está Corabino aquí presente,
cuyo
valor me tiene persuadido
que
él solo contra tres bravos romanos
quitará la victoria de las manos.
También será acertado que Marquino,
pues
es un agorero tan famoso,
mire
qué estrella, qué planeta o signo
nos
amenaza muerte o fin honroso,
y si
puede hallar algún camino
que
nos pueda mostrar si del dudoso
cerco cruel do estamos oprimidos
saldremos vencedores o vencidos.
También primero encargo que se haga
a
Júpiter solene sacrificio,
de
quien podremos esperar la paga
harto mayor que nuestro beneficio;
cúrese luego la profunda llaga
del
arraigado acostumbrado vicio:
quizá con esto mudará de intento
el
hado esquivo y nos dará contento.
Para
morir, jamás le falta tiempo
al
que quiere morir desesperado:
siempre seremos a sazón y a tiempo
para
mostrar, muriendo, el pecho osado;
mas,
porque no se pase en balde el tiempo,
mirad si os cuadra lo que aquí he ordenado;
y si
no os pareciere, dad un modo
que
mejor venga y que convenga a todo.
MARQUINO Esa razón que muestran tus razones
es
aprobada del intento mío.
Háganse sacrificios y oblaciones
y
póngase en efeto el desafío;
que
yo no perderé las ocasiones
de
mostrar de mi ciencia el poderío:
yo
sacaré del hondo centro escuro
quien nos declare el bien o el mal futuro.
TEÓGENES Yo desde aquí me ofrezco, si os parece
que
puede de mi esfuerzo algo fiarse,
de
salir a este duelo que se ofrece,
si
por ventura viene a efectuarse.
CORABINO Más honra tu valor raro merece:
bien
pueden de tu esfuerzo confiarse
más
difíciles cosas y mayores,
por
ser el que es mejor de los mejores.
Y,
pues tú ocupas el lugar primero
de
la honra y valor con causa justa,
yo,
que en todo me cuento por postrero,
quiero ser el haraldo desta justa.
PRIMERO Pues yo, con todo el pueblo, me prefiero
hacer de lo que Júpiter más gusta,
que
son los sacrificios y oraciones,
si
van con enmendados corazones.
SEGUNDO Vámonos, y con presta diligencia
hagamos cuanto aquí propuesto habemos,
antes que la pestífera dolencia
de
la hambre nos ponga en los extremos.
TERCERO Si tiene el Cielo dada la sentencia
de
que en este rigor fiero acabemos,
revóquela, si acaso lo merece
la
justa enmienda que Numancia ofrece.
[Vanse].
SCENA II
Salen primero dos soldados numantinos: MORAN-DRO y LEONCIO.
LEONCIO Morandro, amigo, ¿a dó vas,
o
hacia dó mueves el pie?
MORANDRO Si yo mismo no lo sé,
tampoco tú lo sabrás.
LEONCIO ¡Cómo te saca de seso
tu
amoroso pensamiento!
MORANDRO Antes, después que le siento
tengo más razón y peso.
LEONCIO Eso ya está averiguado:
que
el que sirviere al Amor
ha
de ser, por su dolor,
con
razón muy más pesado.
MORANDRO De malicia o de agudeza
no
escapa lo que dijiste.
LEONCIO Tú mi agudeza entendiste,
mas
yo entiendo tu simpleza.
MORANDRO ¿Que soy simple en querer bien?
LEONCIO Sí, si al querer no se mide,
como
la razón lo pide,
con
cuándo, cómo y a quién.
MORANDRO ¿Reglas quiés poner a amor?
LEONCIO La razón puede ponellas.
MORANDRO Razonables serán ellas,
mas
no de mucho primor.
LEONCIO En la amorosa porfía,
a
razón no hay conocella.
MORANDRO Amor no va contra ella,
aunque de ella se desvía.
LEONCIO ¿No es ya contra la razón,
siendo tú tan buen soldado,
andar tan enamorado
en
esta estrecha ocasión?
¿Al
tiempo que del dios Marte
has
de pedir el furor,
te
entretienes con Amor,
que
mil blanduras reparte?
¿Ves
la patria consumida
y de
enemigos cercada,
y tu
memoria, turbada
por
amor, de ella se olvida?
MORANDRO En ira mi pecho se arde
por
verte hablar sin cordura:
¿hizo el amor, por ventura,
a
ningún pecho cobarde?
¿Dejo yo la centinela
por
ir dónde está mi dama,
o
estoy durmiendo en la cama
cuando mi capitán vela?
¿Hasme
tú visto faltar
de
lo que debo a mi oficio
por
algún regalo o vicio,
ni
menos por bien amar?
Y si
nada me has hallado
de
que deba dar disculpa,
¿por
qué me das tanta culpa
de
que sea enamorado?
Y si
de conversación
me
ves que ando siempre ajeno,
mete
la mano en tu seno,
verás si tengo razón.
¿No
sabes los muchos años
que
tras Lira ando perdido?
¿No
sabes que era venido
el
fin de mis tristes daños,
porque su padre ordenaba
de
dármela por mujer,
y
que Lira su querer
con
el mío concertaba?
También sabes que llegó
en
tan dulce coyuntura
esta
fuerte guerra dura,
por
quien mi gloria cesó.
Dilatóse el casamiento
hasta acabar esta guerra,
porque no está nuestra tierra
para
fiestas y contento.
Mira
cuán poca esperanza
puedo tener de mi gloria,
pues
está nuestra victoria
toda
en la enemiga lanza.
De
la hambre fatigados,
sin
medio de algún remedio,
tal
muralla y foso en medio,
pocos, y esos encerrados.
Pues, como veo llevar
mis
esperanzas del viento,
ando
triste y descontento,
ansí
cual me ves andar.
LEONCIO Sosiega, Morandro, el pecho;
vuelve al brío que tenías:
quizá por ocultas vías
se
ordena nuestro provecho;
que
Júpiter soberano
nos
descubrirá camino,
por
do el pueblo numantino
quede libre del romano;
y,
en dulce paz y sosiego,
de
tu esposa gozarás,
y
las llamas templarás
deste tu amoroso fuego;
que,
para tener propicio
al
gran Júpiter Tonante,
hoy
Numancia, en este instante,
le
quiere hacer sacrificio.
Ya
el pueblo viene y se muestra
con
las víctimas e incienso.
¡Oh
Júpiter, padre imenso,
mira
la miseria nuestra!
[Apártanse a un lado.]
Han de salir agora dos NUMANTINOS, vestidos como sacerdotes
antiguos, y traen asido de los cuernos en medio de entrambos un
carnero grande, coronado de oliva o yedra y otras flores, y un PAJE
con una fuente de plata y una toalla al hombro; OTRO, con un jarro
de plata lleno de agua; OTRO, con otro lleno de vino; OTRO, con otro
plato de plata con un poco de incienso; OTRO, con fuego y leña; OTRO
que ponga una mesa con un tapete, donde se ponga todo esto; y salgan
en esta scena todos los que hubiere en la comedia, en hábito de
numantinos, y luego los SACERDOTES, y dejando el uno el carnero de
la mano, diga:
SAC. PRIM. Señales ciertas de dolores ciertos
se
me han representado en el camino,
y
los canos cabellos tengo yertos.
SAC. SEG. Si acaso yo no soy mal adevino,
nunca con bien saldremos desta impresa.
¡Ay,
desdichado pueblo numantino!
PRIMERO Hagamos nuestro oficio con la priesa
que
nos incitan los agüeros tristes.
SEGUNDO Poned, amigos, hacia aquí esa mesa:
el
vino, encienso y agua que trujistes,
poneldo encima y apartaos afuera,
y
arrepentíos de cuanto mal hicistes;
que
la oblación mejor y la primera
que
se debe ofrecer al alto cielo,
es
alma limpia y voluntad sincera.
PRIMERO El fuego no le hagáis vos en el suelo,
que
aquí viene brasero para ello;
que
ansí lo pide el religioso celo.
SEGUNDO Lavaos las manos y limpiaos el cuello.
PRIMERO Dad acá el agua... ¿El fuego no se enciende?
UNO !No hay quien pueda, señores, encendello!
SEGUNDO ¡Oh Júpiter! ¿Qué es esto que pretende
de
hacer en nuestro daño el hado esquivo?
¿Cómo el fuego en la tea no se emprende?
UNO Ya parece, señor, que está algo vivo.
PRIMERO ¡Quítate afuera, oh flaca llama escura,
que
dolor en mirarte ansí recibo!
¿No
miras cómo el humo se apresura
a
caminar al lado del poniente,
y la
amarilla llama mal sigura
sus
puntas encamina hacia el oriente?
¡Desdichada señal! ¡Señal notoria
que
nuestro mal y daño está presente!
SEGUNDO Aunque lleven romanos la victoria
de
nuestra muerte, en humo ha de tornarse
y en
llamas vivas nuestra muerte y gloria.
PRIMERO Pues debe con el vino rociarse
el
sacro fuego, dad acá ese vino,
y el
incienso también, que ha de quemarse.
Rocían el fuego, y a la redonda, con el vino, y luego ponen el
incienso en el fuego y dice el
SEGUNDO Al bien del triste pueblo numantino
endereza, ¡oh gran Júpiter!, la fuerza
propicia del contrario amargo signo.
PRIMERO Ansí como este ardiente fuego fuerza
a
que en humo se vaya el sacro incienso,
ansí
se haga al enemigo fuerza,
para
que en humo eterno, padre inmenso,
todo
su bien, toda su gloria vaya,
ansí
como tú puedes y yo pienso.
SEGUNDO Tengan los cielos su poder a raya,
ansí
como esta víctima tenemos,
y lo
que ella ha de haber, él también haya.
PRIMERO ¡Mal responde el agüero: mal podremos
ofrecer esperanza al pueblo triste,
para
salir del mal que poseemos!
Hágase ruido debajo del tablado con un barril lleno de piedras, y
dispárese un cohete volador.
SEGUNDO ¿No oyes un ruido, amigo? [Di, ¿no] viste
el
rayo ardiente que pasó volando?
Présago verdadero desto fuiste.
PRIMERO Turbado estoy; de miedo estoy temblando.
¡Oh,
qué señales en el aire veo,
qué
amargo fin nos van pronosticando!
¿No
ves un escuadrón airado y feo
de
unas águilas fieras, que pelean
con
otras aves en marcial rodeo?
SEGUNDO Sólo su esfuerzo y su rigor emplean
en
encerrar las aves en un cabo,
y
con astucia y arte las rodean.
PRIMERO Tal señal vitupero, y no la alabo:
¡Águilas imperiales vencedoras!
¡Tú
verás de Numancia presto el cabo!
SEGUNDO ¡Águilas, de gran mal anunciadoras,
partíos, que ya el agüero vuestro entiendo;
ya
el efecto: contadas son las horas!
PRIMERO Con todo, el sacrificio hacer pretendo
desta inocente víctima, guardada
para
aplacar el dios del rostro horrendo.
¡Oh
gran Plutón, a quien por suerte dada
le
fue la habitación del reino oscuro,
y el
mando en la infernal triste morada,
ansí
vivas en paz, cierto y seguro
de
que la hija de la sacra Ceres
corresponde a tu amor con amor puro,
que
todo aquello que en provecho vieres
venir del pueblo triste que te invoca,
lo
allegues cual se espera de quien eres.
Atapa la profunda escura boca
por
do salen las tres fieras hermanas
a
hacernos el daño que nos toca;
y
sean de dañarnos tan livianas
Quite algunos pelos al carnero y échelos al aire.
sus
intenciones, que las lleve el viento,
como
se lleva el pelo de estas lanas.
Y,
ansí como yo baño y ensangriento
este
cuchillo en esta sangre pura,
con
alma limpia y limpio pensamiento,
ansí
la tierra de Numancia dura
se
bañe con la sangre de romanos,
y
aun les sirva también de sepultura.
Aquí ha de salir por los huecos del tablado un DEMONIO hasta el
medio cuerpo, y ha de arrebatar el carnero, y meterle dentro, y
tornar luego a salir, y derramar y esparcir el fuego y todos los
sacrificios.
Mas,
¿quién me ha arrebatado de las manos
la
víctima? ¿Qué es esto, dioses santos?
¿Qué
prodigios son esos tan insanos?
¿No
os han enternecido ya los llantos
deste pueblo lloroso y afligido,
ni
la sagrada voz de nuestros cantos?
SEGUNDO Antes creo que se han endurecido,
cual
se puede inferir de las señales
tan
fieras como aquí han acontecido.
Nuestros vivos remedios son mortales:
toda
es pereza nuestra diligencia,
y
los bienes ajenos, nuestros males.
UNO DEL PUEBLO En fin, dado han los cielos la sentencia
de
nuestro fin amargo y miserable;
no
nos quiere valer ya su clemencia.
OTRO Lloremos, pues, en son tan lamentable
nuestra desdicha, que en la edad postrera
dél
y de nuestro esfuerzo siempre se hable.
Marquino haga la experiencia entera
de
todo su saber, y sepa cuanto
nos
promete de mal la lastimera
suerte, que ha vuelto nuestra risa en llanto.
Sálense todos, y quedan solos Morandro y LEONCIO.
MORANDRO Leoncio, ¿qué te parece?
¿Tendrán remedio mis males
con
estas buenas señales
que
aquí el cielo nos ofrece?
¿Tendrá fin mi desventura
cuando se acabe la guerra,
que
será cuando la tierra
me
sirva de sepultura?
LEONCIO Morandro, al que es buen soldado
agüeros no le dan pena,
que
pone la suerte buena
en
el ánimo esforzado;
y
esas vanas apariencias
nunca le turban el tino:
su
brazo es su estrella y signo;
su
valor, sus influencias.
Pero
si quieres creer
en
este notorio engaño,
aún
quedan, si no me engaño,
experiencias más que hacer;
que
Marquino las hará,
las
mejores de su ciencia,
y el
fin de nuestra dolencia
ser
bueno o malo sabrá.
Paréceme que le veo:
¡en
qué estraño traje viene!
MORANDRO Quien con feos se entretiene,
no
es mucho que venga feo.
¿Será acertado seguirle?
LEONCIO Acertado me parece,
por
si acaso se le ofrece
algo
en que poder servirle.
Aquí sale MARQUINO con una ropa negra de bocací ancha, y una
cabellera negra, y los pies descalzos; y en la cinta traerá, de modo
que se le vean, tres redomillas llenas de agua: la una negra, la
otra teñida con azafrán y la otra clara; y en la una mano, una lanza
barnizada de negro, y en la otra, un libro; y viene MILVIO con él,
y, así como entran, se ponen a un lado LEONCIO y MORANDRO.
MARQUINO ¿Dó dices, Milvio, que está el joven
triste?
MILVIO En esta sepultura está enterrado.
MARQUINO No yerres el lugar do le pusiste.
MILVIO No, que con esta piedra señalado
dejé
el lugar adonde el mozo tierno
fue
con lágrimas tiernas sepultado.
MARQUINO ¿De qué murió?
MILVIO Murió de mal gobierno:
la
flaca hambre le acabó la vida,
peste cruel salida del infierno.
MARQUINO En fin, ¿que dices que ninguna herida
le
cortó el hilo del vital aliento,
ni
fue cáncer ni llaga su homicida?
Esto
te digo, porque hace al cuento
de
mi saber que esté este cuerpo entero,
organizado todo y en su asiento.
MILVIO Habrá tres horas que le di el postrero
reposo, y le entregué a la sepultura,
y de
hambre murió, como refiero.
MARQUINO Está muy bien, y es buena coyuntura
la
que me ofrecen los propicios signos
para
invocar de la región oscura
los
feroces espíritus malignos.
Presta atentos oídos a mis versos,
fiero Plutón, que en la región oscura,
entre ministros de ánimos perversos,
te
cupo de reinar suerte y ventura;
haz,
aunque sean de tu gusto adversos,
cumplidos mis deseos, y en la dura
ocasión que te invoco no te tardes,
ni a
ser más oprimido de mí aguardes.
Quiero que al cuerpo que aquí está enterrado
vuelvas el alma que le daba vida,
aunque el fiero Carón del otro lado
la
tenga en la ribera denegrida;
y,
aunque en las tres gargantas del airado
Cerbero esté penada y escondida,
salga, y torne a la luz del mundo nuestro;
que
luego tornará al escuro vuestro.
Y,
pues ha de salir, salga informada
del
fin que ha de tener guerra tan cruda,
y
desto no me encubra o calle nada,
ni
me deje confuso y con más duda:
la
plática desta alma desdichada,
de
toda ambigüidad libre y desnuda
tiene de ser. ¡Invíala...! ¿Qué esperas?
¿Esperas a que hable con más veras?
¿No
revolvéis la piedra, desleales?
Decid, ministros falsos, ¿qué os detiene?
¿Cómo no me habéis dado ya señales
de
que hacéis lo que digo y me conviene?
¿Buscáis, con deteneros, vuestros males,
o
gustáis de que yo al momento ordene
de
poner en efecto los conjuros
que
ablandan vuestros fieros pechos duros?
Ea,
pues, vil canalla mentirosa,
aparejaos a duro sentimiento,
pues
sabéis que mi voz es poderosa
de
doblaros la rabia y el tormento.
Dime, traidor esposo de la esposa
que
seis meses del año, a su contento,
está
sin ti, haciéndote cornudo:
¿por
qué a mis peticiones estás mudo?
Este
hierro, bañado en agua clara
que
al suelo no tocó en el mes de mayo,
herirá en esta piedra y hará clara
y
patente la fuerza deste ensayo.
Con el agua de la redoma clara baña el hierro de la lanza, y luego
hiere en la tabla; y debajo, o suéltense cohetes o hágase el rumor
con el barril de piedras.
Ya
parece, canalla, que a la clara
dais
muestras de que os toma cruel desmayo.
¿Qué
rumores son estos? ¡Ea, malvados,
que
al fin venís, aunque venís forzados!
Levantad esta piedra, fementidos,
y
descubridme el cuerpo que aquí yace.
¿Qué
es esto? ¿Qué tardáis? ¿A dó sois idos?
¿Cómo mi mandado al punto no se hace?
¿No
os curáis de amenazas, descreídos?
Pues
no esperéis que más os amenace:
esta
agua negra del Estigio lago
dará
a vuestra tardanza presto el pago.
Agua
de la fatal negra laguna,
cogida en triste noche, escura y negra,
por
el poder que en ti junto se aúna,
a
quien otro poder ninguno quiebra,
a la
banda diabólica importuna,
y a
quien la primer forma de culebra
tomó, conjuro, apremio, pido y mando
que
venga a obedecerme aquí volando.
Rocía con el agua la sepultura y ábrese.
¡Oh
mal logrado mozo!, sal ya fuera
y
vuelve a ver el sol claro y sereno;
deja
aquella región do no se espera
en
ella un día sosegado y bueno.
Dame, pues puedes, relación entera
de
lo que has visto en el profundo seno;
digo, de aquello a que mandado eres,
y
más, si al caso toca y tú pudieres.
Sale el CUERPO AMORTAJADO, con un rostro de máscara descolorido,
como de muerto, y va saliendo poco a poco, y, en saliendo, déjase
caer en el teatro, sin mover pie ni mano hasta su tiempo.
¿Qué
es esto? ¿No respondes? ¿No revives?
¿Otra vez has gustado de la muerte?
Pues
yo haré que con tu pena avives
y
tengas el hablarme a buena suerte.
Pues
eres de los nuestros, no te esquives
de
hablarme y responderme: mira, advierte
que
si callas, haré que, con tu mengua,
sueltes la atada y encogida lengua.
Rocía el cuerpo con el agua amarilla, y luego le azota con un azote.
Espíritus malignos, ¿no aprovecha?
Pues
esperad: saldrá el agua encantada,
que
hará mi voluntad tan satisfecha
cuanto es la vuestra pérfida y dañada;
y,
aunque esta carne fuera polvos hecha,
siendo con este azote castigada,
cobrará nueva, aunque ligera vida,
del
áspero rigor suyo oprimida.
Menéase y estremécese el cuerpo a este punto.
Alma
rebelde, vuelve al aposento
que
pocas horas ha desocupaste.
Ya
vuelves, ya lo muestras, ya te siento;
que,
al fin, a tu pesar, en él te entraste.
EL CUERPO Cese la furia del rigor violento
tuyo, Marquino; baste, triste, baste
la
que yo paso en la región escura,
sin
que tú crezcas más mi desventura.
Engáñaste si piensas que recibo
contento de volver a esta penosa,
mísera y corta vida que ahora vivo,
que
ya me va faltando presurosa;
antes me causas un dolor esquivo,
pues
otra vez la muerte rigurosa
triunfará de mi vida y de mi alma;
mi
enemigo tendrá doblada palma.
El
cual, con otros del escuro bando,
de
los que son sujetos a aguardarte,
está
con rabia en torno, aquí esperando
a
que acabe, Marquino, de informarte
del
lamentable fin, del mal nefando
que
de Numancia puedo asegurarte;
la
cual acabará a las mismas manos
de
los que son a ella más cercanos.
No
llevarán romanos la victoria
de
la fuerte Numancia, ni ella menos
tendrá del enemigo triunfo o gloria,
amigos y enemigos siendo buenos;
no
entiendas que de paz habrá memoria,
que
rabia alberga en sus contrarios senos:
el
amigo cuchillo, el homicida
de
Numancia será, y será su vida.
Arrójase en la sepultura y dice:
Y
quédate, Marquino, que los hados
no
me conceden más hablar contigo;
y,
aunque mis dichos tengas por trocados,
al
fin saldrá verdad lo que te digo.
MARQUINO ¡Oh tristes signos; signos
desdichados!
Si
esto ha de suceder del pueblo amigo,
primero que mirar tal desventura,
mi
vida acabe en esta sepultura.
Arrójase MARQUINO en la sepultura.
MORANDRO Mira, Leoncio, si ves
por
dó yo pueda decir
que
no me haya de salir
todo
mi gusto al revés.
De
toda nuestra ventura
cerrado está ya el camino;
si
no, dígalo Marquino,
el
muerto y la sepultura.
LEONCIO Que todas son ilusiones,
quimeras y fantasías,
agüeros y hechicerías,
diabólicas invenciones.
No
muestres que tienes poca
ciencia en creer desconciertos;
que
poco cuidan los muertos
de
lo que a los vivos toca.
MILVIO Nunca Marquino hiciera
desatino tan estraño,
si
nuestro futuro daño
como
presente no viera.
Avisemos este caso
al
pueblo, que está mortal;
mas,
para dar nueva tal,
¿quién podrá mover el paso?
SIGUE

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