CELTÍBEROS


CELTIBEROS


M. PELLICER CATALÁN


1. Fuentes e investigaciones actuales.


Son varias las fuentes que refieren las circunstancias geográficas e históricas de Hispania en los s. II y i a. C., pudiéndose citar entre ellas a Diodoro, Plinio, Apiano, Marcial y especialmente Estrabón y Tito Livio, que se extienden con detalle en sus noticias. Los datos de Polibio resultan de sumo interés para el estudio de la Celtiberia, por haber sido testigo personal de las guerras numantinas (v. NUMANCIA I) y estar, así, basados en el conocimiento directo de la región. Los relatos originales se perdieron, pero sus noticias quedaron recogidas en Apiano. Asimismo, son de gran utilidad para el conocimiento de las circunstancias de la región celtíbera, de su carácter étnico y papel representado en la Historia, los datos recogidos por Posidonio que visitó personalmente Hispania, aunque jamás llegara a adentrarse en la Meseta. Otras referencias de Celtiberia, basadas en los datos de Polibio, se encuentran en diversos textos antiguos, entre los que pueden citarse los de Pompeyo Trogo, Pomponio Mela, Tolomeo, Silio Itálico, Plutarco, Salustio, los itinerarios, Artemidoro de Éfeso, Asclepiades de Mirlea, etc.


Desde el pasado siglo hasta la fecha han sido varios los arqueólogos e historiadores que se han preocupado del conocimiento de la Celtiberia, sobre todo a raíz de las excavaciones de Numancia, la primera ciudad de la región en atraer su atención. Saavedra en el siglo pasado y, más tarde, A. Schulten,. Bosch, el marqués de Cerralbo, Mélida, Wattenberg, etc. entre otros, han practicado excavaciones en la ciudad. A pesar de las numerosas noticias aportadas por los autores antiguos y a pesar de que la arqueología se va ocupando de demostrar su veracidad, el conocimiento de la antigua Celtiberia no es actualmente demasiado profundo, quedando todavía por precisar muchos aspectos. Los problemas que el pueblo c. ha planteado a la investigación han sido de diversa índole. En primer lugar de tipo étnico, ya que su identidad racial se presenta algo confusa. Por otra parte, la delimitación de las tierras que habitaron y las tribus que al complejo c. pertenecieron siguen siendo un enigma. Los problemas han de ser resueltos por medio de las noticias que dan las fuentes literarias antiguas, conjugadas con los resultados de las excavaciones arqueológicas.


La formación del pueblo celtíbero ha ocasionado diferentes teorías en el campo de la investigación. Hasta finales del S. IV o principios del S. III a. C., parece ser que la personalidad étnica de los c. no está alcanzada. Las primeras fuentes literarias que los citan como un pueblo con carácter ya diferenciado pertenecen, en general, a los s. It y i a. C. y s. I d. C., entre ellos Polibio y Tito Livio. Pero es Diodoro quien, tomando los datos de Posidonio, da una explicación expresa del origen del pueblo c., al referir que no son más que el resultado de la unión de iberos (v.) y celtas (v.), que después de guerrear repetidas veces entre sí, concertaron la paz y habitaron en un mismo territorio, mezclándose entre ellos por medio de lazos familiares. Respecto a las tribus integradas en el llamado pueblo c. los mismos autores clásicos llegan á contradecirse. Así, Polibio distingue a los arévacos, lusones, bellos y tittos. Estrabón sólo refiere a arévacos y lusones y Tito Livio y Plinio citan también a los pelendones. Sin embargo, en Tolomeo se encuentra la exclusión de los arévacos y pelendones.


Respecto a la cuestión del territorio ocupado por los c., tampoco son muy explícitas las primeras fuentes que a ellos se refieren, haciéndose más exactas y precisas las posteriores. Las primeras noticias sólo hacen referencia a una tierra alta en que tienen su nacimiento los ríos Tajo, Guadiana y Letes. Estrabón afirma que la Celtiberia comienza inmediatamente más allá de la Idubeda (tramo del Sistema Ibérico que se extiende desde el N de Burgos hasta las estribaciones mediterráneas del macizo de Teruel) y que por ella corren el Duero, Tajo y Guadiana, describiéndola, en general, como región áspera y dura. Sobre la cuestión de formación y origen del pueblo c. ha habido también varias tesis. La primera de ellas, vigente en el pasado siglo, consideraba a los c. como el resultado de un establecimiento de celtas sobre territorio ibero. A. Schulten, a principios de este siglo formuló una hipótesis contraria al estimar que fueron los iberos, desplazados por los galos de la Provenza, los que ca. el a. 250 a. C. sojuzgaron a los celtas y se mezclaron con ellos. Años más tarde, P. Bosch Gimpera presentó una complicada teoría, según la cual, estimaba de origen celta a los vacceos-arévacos y a los de Celtiberia citerior. Los pelendones serían los residuos de la primera invasión de los celtas a la península Ibérica. Los elementos iberos que entre ellos se encuentran serían el resultado de unas influencias meramente culturales durante los S. III y ii a. C. y reconoce a la vez, finalmente, que ciertos rasgos de los c. de típico carácter ibero fuesen debidos a una penetración en la Meseta, anterior a los celtas, de gentes iberas levantinas llegadas al final del eneolítico.


Por ahora, y por los resultados obtenidos en excavaciones arqueológicas, parece ser, según Maluquer, que efectivamente hay influencias ibéricas en la Meseta que mantenían sus rasgos aún después de la primera invasión céltica, para desaparecer posteriormente, al quedar englobadas por elementos centroeuropeos llegados de nuevo. Sin embargo, desde el S. III a. C. se observa una cada vez mayor influencia ibera, a partir de las tierras limítrofes, pero sólo en un aspecto puramente . cultural y comercial, sin que ello responda necesariamente a una cuestión étnica. En el S. III a. C. puede ya, por tanto, considerarse plenamente diferenciado el carácter racial c. Respecto a las tribus que formaron al pueblo c., hay que distinguir las que verdaderamente respondían al concepto de c. y las que, por el contrario, a veces se hallan bajo su dominio e influencia y que, por consiguiente, han llegado a confundirse con él. Roma, al efectuar su misión, acabó con la ambiciosa expansión celtíbera, que quizá hubiese llegado a dominar gran parte de la Península.


La doble división que se encuentra en época romana entre Celtiberia ulterior y citerior, responde, en realidad, a divisiones naturales, basadas en diferencias geográficas de la región y, por tanto, con sus consecuencias en la economía y medios de vida. En las fuentes antiguas se hace referencia a la aspereza del clima y de la tierra, al frío, nieve, etc. La economía de la Celtiberia citerior es descrita minuciosamente por Marcial, natural de Bílbilis. A su vez, la doble división de Celtiberia ulterior y citerior viene a coincidir con la división de los conventos jurídicos establecida desde Augusto. Las referencias que se encuentran en las fuentes literarias son, a veces, contradictorias en lo que a límites, demarcación y pertenencia de ciudades se refiere entre los pueblos que habitaron Celtiberia.


2. Arévacos.


Ni el origen de su nombre, que, según dice Plinio, lo toman del río Areva, ni sus ciudades están plenamente identificados. Parece ser que los arévacos y los vacceos (v.) tuvieron un linaje común y en muchas campañas guerreras aparecen luchando juntos en mutua ayuda. Desde el punto de vista filológico, a los arévácos se les da la versión de vacceos orientales. Respecto a sus ciudades, las fuentes antiguas no están de acuerdo. Según Plinio, les pertenecen entre otras Secontia (Sigüenza), Tiermes (Montejo de Liceras, Soria), Clunia (Peñalba de Castro), Segovia y Uxama (Burgo de Osma). En los datos de Estrabón aparecen Numancia (Cerro de Garráy), Sergontia (Langa de Duero), Segeda (Belmonte de Calatayud) y Palantia (Palencia). Tito Livio cita a Contrebia Leukada (¿Inestrilla?) y Aregrada (?). Tolomeo es el que más nombres de ciudades cita como arévacos, entre ellas Termes, Uxama, Nova Augusta, Numancia, Segovia, etc. Otros textos les atribuyen Lutia, Malia, Colenda, Belgeda y Lagni. Los arévacos se extienden por el alto Duero, avanzando por las comarcas de Atienza y Sigüenza, como en una cuña, en dirección a Hita.


3. Pelendones.


Ni las fuentes literarias anteriores al 133 a. C., ni las coetáneas a la guerra final de Numancia hacen referencia a los pelendones. Plinio, ya del s. I d. C., da la primera noticia expresa de su existencia. Tolomeo, en los comienzos del s. ii d. C., los cita también y les atribuye algunas ciudades. Parece ser que los pelendones eran los restos de una invasión céltica anterior al S. VI a. C. y que permanecieron independientes hasta lá llegada de otra oleada céltica en la que vinieron los arévacos, relegándoles aún más a las montañas del Sistema Ibérico por el alto Duero, e imponiéndoles un cambio más avanzado en los modos de vida.


4. Bellos y tittos.


Las noticias de estas tribus se deben a Apiano, en el s. II d. C., que los cita siempre juntos. Eran vecinos de los arévacos. En las guerras celtibéricas se citan muy pocas veces, desapareciendo sus noticias a partir del 146, en que ya aparecen unidos con Roma. Los bellos parece ser que habitaron en el valle del Jalón desde su confluencia con el Piedra, llegando por el S hasta sierra Ministra. Sobre los tittos, la cuestión de los límites resulta todavía más hipotética y se les suele situar al S de los bellos. La ciudad más importante de ambos es Segeda, ciudad principal de los bellos a la que Schulten sitúa en Belmonte, cerca y al SE de Calatayud.


5. Lusones.


Los citan Estrabón y Apiano Alejandrino. Su territorio se extendía alrededor de la zona de confluencia del Jalón y del Jiloca, abarcando bastante de las cuencas del Jiloca y Ribota. Fueron por su situación geográfica los que primero tomaron contacto con los romanos y, por consiguiente, el primer pueblo c. sometido. Más tarde en el 152 a. C., intervinieron como parte activa en la gran sublevación celtibérica contra Roma, quedando sometidos definitivamente algo después. Como ciudades importantes lusonas, pueden citarse Contrebia, localizada, según Schulten, en Daroca, Nertobriga (Calatorao) y Bílbilis (Huérmeda), claves todas ellas para la penetración en la Celtiberia oriental. En las citas antiguas literarias se incluyen como celtibéricas varias ciudades que por su alejada situación no es posible aceptar que fueran del mismo tronco. Lo más verosímil, y la arqueología parece demostrarlo, es que se tratase de aneXIones sostenidas, a veces temporalmente, por la fuerza de las armas.


6. Usos y costumbres.


Del tipo físico puro c. es poco lo que se sabe y antropológicamente no está comprobado ningún dato, ya que las costumbres funerarias imponían el rito de la incineración. Sobre los rasgos más destacados de su carácter, los autores romanos citan un fuerte amor a la libertad y a la independencia, gran lealtad, sentido acusado del honor, mantenimiento a toda costa de la palabra empeñada, heroísmo y bravura en la lucha. Diodoro hace destacar también su magnanimidad y hospitalidad para los extranjeros no enemigos. Sus fiestas importantes se celebraban en el plenilunio, bailando ante sus casas, según dice Estrabón, durante toda la noche. De sus instrumentos musicales, la arqueología sólo ha comprobado el uso de la flauta de hueso de un tipo parecido al actual, un XIlófono también óseo y unas trompetas. Entre las danzas destacan las guerreras. Su alimento básico lo constituía en principio, la carne. Utilizaban la manteca por falta de aceite y bebían vino mezclado con miel, y una especie de cerveza (caelia), obtenida de la fermentación del trigo. El vino lo conseguían a través de los mercaderes, ya que el país no lo producía. Entre las medidas higiénicas, Posidonio refiere el lavado de cara y dientes con orina corrompida. Su indumentaria y adornos se pueden deducir a través de los datos de las fuentes, de las excavaciones y muy especialmente de los proporcionados por la pintura de algunas cerámicas de Numancia. Como vestimenta, los hombres utilizaban el sagum, prenda suelta y sin mangas, sujeta al hombro.por una fíbula, que cubría la mayor parte del cuerpo. Usaban también una especie de calzón corto y un tipo de medias, parecidos a la indumentaria aragonesa. Estrabón refiere el tono oscuro de tales vestimentas. La cabellera la llevaban larga, según se infiere de los datos del mismo historial. De los posibles tocados que utilizasen no se tienen noticias. Sus adornos consistían en fíbulas, sortijas, collares y brazaletes, por lo general de bronce, ya que la pobreza de Celtiberia no les permitía utilizar materiales preciosos, siendo escasas las muestras de adornos de plata. Las mujeres mostraban marcada preferencia por los tejidos de colores claros, según señala también Estrabón, pero de su indumentaria no han quedado apenas detalles precisos en las fuentes antiguas, ni la pintura permite reconstruirla con certeza. Sus adornos son similares a los de los hombres. Con el tiempo y como producto del comercio de los iberos de la costa con los orientales, los adornos se hicieron más variados, encontrándose entre ellos colgantes, amuletos y cuentas de pasta vítrea que denuncian un origen mediterráneo.


La concepción religiosa de los c. parece un tanto compleja y las ideas básicas resultan bastante desconocidas. Practicaban el culto a los astros, de vieja tradición en la Península. Sobre esta cuestión Estrabón tiene una cita precisa, al referir que los c. y sus vecinos por el N «al tiempo de plenilunio pasan la noche saltando y bailando a las puertas de sus casas en honor de un dios para el cual no tienen nombre propio». Parece ser que consideraban al firmamento como residencia de los dioses, además de creer que la tierra estaba también poblada de ellos, encontrándose entre las noticias de Marcial referencias de montes y bosques sagrados. Al parecer, el influjo religioso céltico se muestra en esta complicada mentalidad, que mezcla la naturaleza a animales y a hombres con las divinidades, mientras que la -heliolatría es fruto de creencias ancestrales iberas.


Los destinos del pueblo estaban confiados a una asamblea municipal encargada de las decisiones de envergadura, a la que se reservan la elección de caudillos en casó de guerra y de embajadores para establecer los tratados, utilizando, entonces, el sistema electivo. Los romanos en sus citas, llaman a esta institución senado, al confundirla en su similitud con la institución romana. En las fuentes literarias que refieren la conquista de Celtiberia, se cita siempre al mando de los c. a un caudillo militar o a un anciano, dato que no concuerda con ciertas referencias que hacen alusión a un sistema monárquico establecido. Otra vez aquí hay que contar con la confusión de las fuentes más antiguas que, al encontrar tal institución en ciertos pueblos de fuerte raigambre ibérica, la hicieron extensiva también a los celtíberos.


La base de la sociedad la formaba la familia monógama y la tribu. La base de la tribu estaba formada por la agrupación de varios oppida. Jamás obedecieron a más altas razones nacionales. Los matrimonios se celebraban con solemnidad en un mismo día, teniendo las mujeres la facultad de elegir al más valiente. De su organización jurídica es poco lo que puede deducirse. Sus luchas y diferencias personales las resolvían en duelo abierto, aprovechando algún motivo señalado de celebración. La propiedad parece ser que fue privada. Sobre la existencia del sistema de esclavitud, las únicas noticias que se tienen son las menciones de esclavos por parte de las fuentes literarias y quizá éstos no fuesen sino prisioneros de guerra.


La indisciplina característica de la mayoría de los pueblos de la España antigua se pone también de manifiesto entre los c. En Celtiberia el estado de guerra era casi continuo, debido a la pobreza de la mayor parte del terreno y, por tanto, a la necesidad del botín. Esta misma causa económica impulsó, en principio, a los c. a actuar de mercenarios en los ejércitos de Cartago y Roma, luchando en las Galias, Italia y África. Las fuentes ya hablan de ello en fechas del S. III a. C. Lucharon también con ejércitos de otros pueblos hispanos en contra de los invasores. Ante la presencia romana en Celtiberia, se limitaron a defender su propia causa, luchando juntos enconadamente. La táctica guerrera típica de los c. eran las guerrillas. La eficacia de la infantería fue notoria, superando incluso a la púnica y romana por su ligereza. Su arma más poderosa la constituía la caballería, encontrándose en los enterramientos abundantes ajuares de guerreros jinetes. No debieron conocer las máquinas de guerra, ya que nunca se cita su uso en las fuentes. Su armamento consistía en espada, puñal, Boli f erreum, dardos y escudo. Utilizaban proyectiles, posiblemente incendiarios, y como único artefacto, que pueda considerarse como máquina de guerra, usaron, según Tito Livio, bueyes atados a carros con teas y azufre, que, incendiados, lanzaron contra Aníbal, rompiendo la formación de su ejército. El trato a los vencidos era duro, llegándose a cortar a los prisioneros la mano derecha. Situaban sus ciudades y aldeas en altozanos destacados sobre la llanura, con el doble objeto de que fuese fácil la defensa y la vigilancia de los cultivos en los campós circundantes. Las ciudades estaban bien urbanizadas y rodeadas de fuertes muros. Tenían además construcciones especiales enclavadas en los pasos naturales del terreno con fines puramente defensivos y de vigilancia.


M. PELLICER CATALÁN




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