GUERRA CELTÍBERA
Todo parece indicar que
la "Campaña de Celtíbera" fue trascendental para el dominio del
occidente europeo por
parte del Imperio romano. O al menos, así lo quisieron mostrar
quienes tropezaron con una organización territorial hostil a la
civilización más pujante de las conocidas hasta entonces. Los
celtíberos ya se habían dotado de un sistema propio, administrativo
y cultural, por el que, acogidos en ciudades-estado entrelazadas
entre sí, se habían constituido en nación, aunque sin reconocerse a
sí mismos bajo este concepto. Por eso aunque, al decir de los
romanos, eran frecuentes las disputas entre ellos, reaccionaban al
unísono frente a agentes exteriores. De legendaria belicosidad y
arrojo, de dominio de las armas y de la caballería, los romanos
señalaban sus dificultades para someterlos. Hay quien comenta que,
en realidad, se llegaba a exagerar su fiereza para ganar apoyos,
méritos y,
sobre todo, provisiones de dinero enviadas desde la lejana
corte de Roma. Sin embargo, ahí están los textos para, sea como
fuere, extraer la conclusión de su terca resistencia al Imperio.
Hasta tal punto se
habría popularizado y valorado el despliegue de las legiones romanas
en la nueva provincia de Hispania, que las celebraciones del año
nuevo, que en buena lógica se habían realizado hasta entonces en el
mes de marzo, es decir, al comienzo de la primavera, fueron
adelantadas al mes de enero de tal forma que sus legiones tuvieran el margen
suficiente para alcanzar la Península coincidiendo con el buen
tiempo, y luchar así en las mejores condiciones contra los temidos
celtíberos.
Con la caída de
Numancia, símbolo, tanto de la humillación de la nación celtíbera
como de la exaltación del valor indígena, se había allanado el
camino a la conquista peninsular, y también, quizás sin querer, se
había acabado con la referencia de las culturas más primigenias, de
considerar el principio del tiempo en primavera, después de un
recogido y renovador invierno.
LAS MARZAS
En diversas poblaciones
de nuestro ámbito territorial, especialmente en lo que hoy conforman
Cantabria, Castilla y León y Rioja, se celebran aún estos
ritos de bienvenida al nuevo año, a veces disfrazados de tradición
cristiana o de costumbrismo local. Pero al decir de los
documentados, no vienen a ser más que la remembranza del principio
del año
celtibérico,
que saludaba la entrada de la primavera, en una fiesta de hogueras,
danzas y colores que convergían en torno a un árbol adornado como
epicentro. Citadas como tales por primera vez en 1910, son
interpretadas con distintas apreciaciones que van desde la cultura
prerromana (primitivo calendario autóctono), a la romana ("kalendae
martiae"), a la cristiana (San Rosendo), o al rito folclórico en el
que los mozos solteros interpretan típicas coplas dirigidas a la
autoridad, a las mozas y a las casas del lugar, remarcando su espíritu social,
su iniciación varonil, y
compartiendo bailes, cantos y comidas.
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