JOSE IGNACIO DE LA TORRE ECHÁVARRI.
Dpto.de Prehistoria y Etnología.
UCM
RESUMEN:
En el
presente trabajo pretendemos hacer ver la importancia que los hechos pasados, en
este caso ejemplificados en Numancia, han tenido en la constitución de
identidades nacionales y culturales españolas, más allá de cualquier época e
ideología. Pudiendo rastrearse su empleo para reforzar la idea de España desde
la Reconquista, pero sobre todo cuando se hizo necesario rescatar del pasado las
grandes glorias que ayudasen al país a superar los momentos de crisis nacional
vividos, por ejemplo, con ocasión de la Guerra de Independencia, con las
pérdidas coloniales en Ultramar, o durante la Guerra Civil; o para reafirmar la
identidad española con motivo del advenimiento de la dinastía de los Habsburgo,
con el desarrollo de los nacionalismos románticos decimonónicos, o durante el
franquismo.
PALABRAS CLAVES: NUMANCIA,
ESPAÑA, IDENTIDAD NACIONAL Y CULTURAL
ABSTRACT:
In this paper we try to display the
incidence of the past facts, in this case personalized in Numantia, who played
and important role in the creation of the nationals and cultural Spanish
identities, further of any time and ideology. We can perceive its employ to
support the idea of Spain since the Reconquest of Spain from the Arabs,
and when it was necessary show again the great glories that aided to the country
to rise in different moments of national crisis: during the confrontation
against the Napoleonic army, the ended of Spanish colonial Empire, and the
Spanish War; or in order to affirm our identity: with the arrived of the
Habsburg dynasty, with the increase of the romantics nationalisms since
XIX century, or during the Franco dictatorship.
KEY WORDS: NUMANTIA,
SPAIN, NATIONAL AND CULTURAL IDENTITY
INTRODUCCIÓN
La identidad nacional es un concepto de
difícil definición, pero desde luego sólo puede entenderse a partir del
entramado histórico que vincula a la nación con el Estado, estando a su vez
relacionado con el proceso evolutivo que ha sufrido éste desde su formación (de
Blas Guerrero 1997: 229). De esta forma, y siguiendo a de Blas Guerrero, el
Estatismo precedería al nacionalismo, y buscaría, junto con la unidad del poder
político y territorial, conferir cierta homogeneidad al elemento humano y al
factor cultural, fortaleciendo al Estado y estableciéndolo como la autoridad
única e incuestionable. Así, podríamos entender por identidad la imagen que el
pueblo o la nación tienen de sí mismo, los rasgos que a lo largo de siglos de
existencia han configurado un sentimiento y una conciencia de pertenecer a un
mismo lugar, compartir una misma historia, y de participar de un mismo destino,
aunque si bien es verdad que en ocasiones estos pueden ser impuestos, o en
otros casos tergiversados, tamizados o dirigidos desde las esferas de poder. La
mejor forma de afianzar esta autoridad es la búsqueda de identidades, máxime si
permiten establecer, o en ocasiones incluso elaborar, lazos que entronquen con
un pasado heroico y glorioso, digno de ser comparable con el momento que se está
viviendo.
 |
Figura 1:
Escudo del Regimiento de Dragones de Numancia. |
Esta situación la podemos
percibir ya de manera palpable en la España del siglo XVI, con la llegada de una
nueva dinastía, la Habsburgo, destinada a regir los destinos de un cada vez
mayor y más floreciente Imperio español, y que necesitaba, además, identificarse
con la historia del pueblo al que iba a gobernar. No obstante, será a partir de
finales del siglo XVIII, y con mayor notoriedad durante el siglo XIX, cuando,
coincidiendo con el auge de los nacionalismos europeos, las diferentes naciones
optaron por recurrir a su pasado, en unas ocasiones real, en otras reelaborado o
incluso “inventado”, para de ésta forma envolver de cierta legitimidad histórica
sus aspiraciones presentes y futuras, con la manifiesta finalidad de fortalecer
a los Estados decimonónicos. En España el sentimiento de identidad nacional
surgió sobre todo como reacción a la presencia francesa durante la Guerra de
Independencia y posteriormente se fue acentuando gracias al papel de
intelectuales como Baroja, Maeztu, Macías Picabea, Altamira, Costa, Unamuno,
etc., quienes desde finales del siglo XIX abogaron, -como una forma de
sobreponerse al momento de crisis ideológica y política derivado del “Desastre”
colonial del 98-, por rescatar el espíritu español, “el genio castellano” del
que hablaba Azorín, el “espíritu inmortal” de Menéndez Pidal, o “el misterio de
nuestra alma nacional” que mencionaba Ganivet. En cualquier caso, se trataba de
hacer ver que el carácter español había sido forjado gracias a una suma
prolongada de hechos, situaciones y vivencias que a lo largo de muchos siglos de
historia habían ido configurando el sentimiento y la idea de España,
generalmente hechos pasados tenidos por significativos y que acabaron por
convertirse en símbolos.
Entre los acontecimientos rescatados
de nuestra historia antigua hay algunos que han primado sobre el resto a la hora
de ser considerados como constituyentes de la identidad española, aunque si bien
es verdad, no todos han recibido la misma atención a la hora de ser empleados
con este fin. De esta forma se recurrió a figuras como Viriato, Indíbil,
Mandonio, Sagunto y sobre todo Numancia, que jugó un papel destacado para
consolidar la identidad, siendo tomada como ejemplo paradigmático del “abnegado
patriotismo español” y para mostrar “el espíritu de nuestra raza”, toda vez que
el numantinismo sirvió para definir, en épocas de crisis y de decadencia
nacional, “el carácter español”, sin olvidar otros ejemplos, más literarios que
históricos, como los del Cid o el Quijote, que también permitieron mostrar
nuestra forma de ser y la quijotesca condición española. En definitiva, en todo
esto subyace la intención de rescatar de la memoria histórica un pasado glorioso
que sirviese para crear una conciencia colectiva, fundamentada en apoyos
históricos extraídos de ejemplos emblemáticos ocurridos en la Antigüedad.
Antes de comenzar a profundizar en
nuestro estudio, queremos dejar claro que es indudable que la identidad española
no se forjó en torno a Numancia, ya que un suceso aislado, aunque éste haya sido
considerado por muchos como único e irrepetible, no es suficiente por si mismo
para articular un proceso tan complejo como es el de la creación y consolidación
de una conciencia nacional, siendo necesario que esté arropado por otros hechos
históricos que permitan reafirmar, más si cabe, su carácter; pero sí que fue
éste un referente continuo al que se recurrió a la hora de buscar una conciencia
nacional, debido en parte a que Numancia fue considerada como reflejo del
heroismo colectivo de toda la población por encima de las pasiones y los
intereses individuales; y por otro lado, por que fue vista como el ejemplo
paradigmático de la lucha del pequeño contra el poderoso, y esto ha despertado
siempre, en la condición humana, simpatía y sentimientos de identificación con
la causa del más débil. Y aunque no es el único ejemplo en la historia de
España, sí ha sido el más referenciado desde la Antigüedad por los propios
autores clásicos, (de modo que es, con diferencia, la ciudad Celtibérica más
citada por las fuentes), mostrándose a su vez conmovidos con su lucha por la
libertad y por el trágico desenlace de los acontecimientos. Pero estos mismos
autores grecorromanos fueron los que con sus escritos hicieron que el
acontecimiento sobrepasase lo histórico y se vistiese de hecho legendario,
narrado por historiadores de la talla de Polibio, Diodoro, Tito Livio, Floro o
Apiano; alabado por filósofos como Séneca, Cicerón y Quintiliano; y
cantado por poetas como Horacio, Plutarco o Juvenal, quienes dramatizaron hasta
límites sobrecogedores lo sucedido en la ciudad de Numancia.
El tiempo hizo el resto, la llevó a
convertiste en un mito fundido en el crisol de las leyendas, en la imagen
atemporal de la resistencia por excelencia, y, a partir de diferentes impulsos
ideológicos, llegó a ser considerada como un símbolo nacional y uno de los
hechos de la historia de España más recurridos, más allá de cualquier ideología,
frontera y época, sobre todo desde el último cuarto del siglo XVI, a partir del
impulso universal que recibió su historia con la tragedia escrita por Miguel de
Cervantes “La destrucción de Numancia”. Esta obra, junto con las
sucesivas aportaciones posteriores que se irán añadiendo a la “historia
numantina”, y sobre todo, con la ayuda que el arte va a proporcionar como
vehículo difusor de las ideas románticas, principalmente a partir de la obra
pictórica de Alejo Vera (1881),”El último día de Numancia”, conformarán
lo que se ha dado en llamar un “mitologema nacional”, caracterizado según
de Blas Guerrero (1997: 230) por la deformación de muchos de los datos empleados
en su discurso y por la simplificación de los hechos históricos, añadiendo
incluso atributos donde no los hay.
 |
Figura 2:
Plano topográfico de Numancia realizado por Loperraez, 1788. |
No obstante, no siendo posible
recoger en estas páginas todo lo que Numancia “ha aportado” y supuesto, de una u
otra forma, a la historia de España (de la Torre 1998 y 1999), vamos a señalar
los ejemplos más significativos que recurrieron a Numancia a la hora de reforzar
la identidad nacional durante los últimos siglos, pasando por alto su empleo
durante los largos años de la Reconquista, momento en el cual llegó incluso a
“variar” su emplazamiento, para con ello justificar el cambio de capital del
reino de León en el siglo X, de Oviedo a Zamora, considerándose ésta última como
la “heredera de las numantinas glorias” y llegando a crearse incluso un obispado
numantino que reforzase su nueva ubicación.
NUMANCIA EN LA IDEA IMPERIAL DE
ESPAÑA
Una vez concluidos estos años
oscuros para Numancia, va a volver a ser ubicada en su primigenio emplazamiento,
esto es, en el cerro de La Muela, en la localidad soriana de Garray. Así lo hará
ver en 1499 Antonio de Nebrija en la Tabla de la diversidad de las ciudades,
villas y lugares de España, y a partir de este momento muchos otros
historiadores, viajeros, geógrafos y cronistas, aunque seguirá existiendo una
tradición historiográfica que se mostrará interesada, hasta bien avanzado el
siglo XVIII, en continuar vinculando a Numancia con Zamora, llegando éste
ayuntamiento a premiar todos aquellos trabajos encaminados a reforzar ésta
teoría.
En 1541 se publicó por vez primera
la obra que en el siglo XIII mandó componer el rey Alfonso X, Primera Crónica
General. Estoria de España. Obviando el error de ubicación de Numancia en
Zamora en la obra del rey Sabio, es de destacar el fuerte contraste a la hora de
narrar dos hechos que posteriormente serán considerados como muy significativos
para la historia de España: Numancia y Viriato. Al pastor lusitano se le
presentaba como un ladrón que se levantó contra los romanos, un tennedor de
caminos que començo a fazer mal descubiertamiente entre por las tierras,
robándolas e destruyéndolas todas, lo que llevaba a justificar en sí mismo
la actuación romana, en contraste con la imagen de caudillo libertador de España
que se le va a asignar en época posterior, una vez “lavada” su imagen. Por el
contrario, a Numancia se la presentaba, si bien es verdad que de manera bastante
aséptica, como la protagonista de una guerra de los “çamoranos” contra Roma,
haciendo ver el miedo que se difundió por España una vez conocida la caída de
Numancia: “Quando los españoles oyeron que la cibdat de Çamora era destroyda
(...) ovieron todos muy grand miedo”, y como no querían correr la
misma suerte “non osso ninguno levantar contra los romanos” (Menéndez
Pidal....), concluyendo con la caída de Numancia la resistencia indígena. Sin
embargo lo que sí parecía digno de reseñar, en un claro mensaje aleccionador
durante los difíciles años de la Reconquista contra los árabes, era que
Numancia, en este caso Zamora, resistió mientras permaneció unida y que fue
destruida porque “por desacuerdo se pierden las cosas, e por acuerdo se
defienden” .
A partir de este momento va a
comenzar a apreciarse un giro en la consideración que las crónicas del siglo XVI
van a tener de la guerra de Numancia, viéndola como una guerra de España, y a
los numantinos como españoles, en lo que será el preludio para considerar que la
gesta numantina fue más allá del combate de sus gentes por su libertad, por sus
familias y su tierra, desembocando en la historiografía posterior en una lucha
por España, por los españoles y por su salvación. Los autores pretenden hacer
ver en sus crónicas que la Monarquía española era la más antigua de Europa,
alzándose en medio del resto de las naciones, y que por tanto, ninguna otra
podía pretender una majestad semejante, mostrando de ésta forma una España
Antigua digna antecesora de la España Contemporánea. En ésta línea se
pronunciaban las obras de Florián de Ocampo (1543) y Ambrosio de Morales (1575),
o la del cronista de Carlos V fray Prudencio de Sandoval, así como la famosa
Historia de España del padre Juan de Mariana (1591), dedicada “AL REY
CATÓLICO DE LAS ESPAÑAS, DON PHILIPE II”, al que escribió acerca de “las
grandezas de España” para que “hallara Vuestra Majestad por si mismo
(...) alabadas las virtudes en los antepasados (...); que los tiempos pasados y
los presentes semejables son y como dice la Escritura: lo que fue, eso será”.
A partir de ahora se va a apreciar un cambio en la visión de la Antigüedad,
Viriato ya es “el famoso capitán”, “Varon digno de mejor fortuna
y fin, grandeza de corazon” y “libertador de España”. Al mismo tiempo
presentaba a la ciudad de Numancia como “temblor que fue y espanto del pueblo
romano, gloria y honor de España”, a partir de las palabras de Floro “honra
y gloria de Hispania” y las de Marco Tulio “espanto y el terror de Roma”.
Y al igual que se decía en la Primera Crónica General, para el Padre
Mariana, Numancia sobrevivió gracias a la concordia de sus gentes, y sin embargo
fue vencida por la discordia, lo que conllevó, tras su destrucción, a poner fin
a la independencia de España ya que con el final de Numancia el peligro que la
amenazaba se extendió, corriendo “riesgo la salud, la libertad y las riquezas
de toda España”.
Continuando en ésta misma línea
podemos apreciar también como el romancero comenzó a hacerse eco de determinados
pasajes que ilustraban sucesos acaecidos en nuestro remoto pasado. Es éste un
hecho significativo ya que nos permite vislumbrar el grado de conocimiento que a
nivel popular se podía tener de la historia y lo extendido que podían
estar unos hechos que, poco a poco, van a ir empleándose para conformar el
carácter nacional. Durán (1854: XXIV) consideraba a los romances como el origen
de la poesía popular, confiriéndolos una gran importancia para el estudio de la
historia, ya que pese a tratarse, según él, de romances imitados o formados por
poetas de la segunda mitad del siglo XVI, conservan en sus relatos tradiciones
populares anteriores, pudiendo apreciarse en ellos los vestigios del sentimiento
íntimo de la sociedad que los produjo. Por lo que respecta a la temática que nos
ocupa, aparecieron unas cuantas obras que recogían romances sobre la historia de
Numancia. Este es el caso del “Sitio e incendio de Numancia” aparecido en 1587
en el Romancero y Tragedias de Gabriel Lobo de Laso de la Vega, en el que
se la presentaba como una ciudad inexpugnable que fue defendida por españoles; o
de los romances Ya de Scipion las banderas (anónimo), la perdida
Sylva urbis Numantiae de Pedro de Rua (anterior a 1556);
o la Rosa Gentil de Timoneda (1573), en la que se recogía uno titulado
“De cómo Cipión destruyó a Numancia”. En estos romances ya podemos
apreciar las ideas de “invencible Numancia”, ciudad de “inmortal fama”,
y “antes morir/ que no de entregar su patria”; o en el Viaje
entretenido de Agustín de Rojas (1604), en el que se loaban las ciudades del
mundo, aparecía definidada como “Numancia la dichosa”, es de suponer que
no sería por su trágico final, sino por lo que se consideraba que logró con
ello.
Pero la obra insigne, no sólo de éste
momento, sino de los siglos venideros, fue la tragedia escrita por Miguel de
Cervantes “La destrucción de Numancia” (ca.1582), ya que fue adoptada
como el símbolo histórico al que aferrarse en momentos en los que se hizo
necesaria su evocación para alentar a la resistencia heroica; contribuyendo a la
creación de un mitologema nacional
al que se recurrió cuando, en determinados momentos de crisis ideológica, social
o militar, se demandó recuperar el espíritu nacional, estereotipado en el caso
que nos ocupa en Numancia y en los numantinos. Para Cervantes, España era “la
sola y desdichada España” que había sido codiciada por naciones extranjeras
debido a la división histórica que, según él, habían sufrido sus hijos hasta la
presencia de la dinastía de los Habsburgo, quienes llegaron a la península para
unificarlos y guiarlos. Para ello escogió el tema de Numancia, enclavada en el
corazón de una Castilla que soñaba con dominar el orbe, y se sirvió de su
trágica epopeya para justificar la responsabilidad histórica contraída por
Castilla, y por ende España y la dinastía de los Austrias, para guiar los
destinos de la humanidad, además de encontrar, cómo indicara Domenech (1965:
14), un excelente pretexto para hablar a los españoles de su tiempo de la
grandeza que estaban viviendo y protagonizando.
La tragedia de Cervantes emplea de
fondo el final al que la ciudad celtibérica está abocada, su resistencia, su
sufrimiento, su feroz tenacidad y el amor de los numantinos por su patria, que
les llevará a darse muerte antes que rendirse, destacando sobremanera la lucha
de una ciudad sitiada por encima de las pasiones particulares o los caracteres
individuales. Recurre para ello a la puesta en escena de figuras alegóricas como
el Hambre, la Enfermedad, la Guerra, el Duero, o una España que se queja
amargamente por el sufrimiento de sus hijos numantinos. Pero al mismo tiempo
hace ver con ello que tan trágico desenlace es necesario para el porvenir de
España, ya que habrá de venir quien restituya lo que los numantinos dieron por
ella. De esta forma el personaje de la Fama predecirá, de manera sobrenatural,
el honor y la grandeza que está por llegarle a España: “Indicio ha dado esta
no vista hazaña / Del valor que los siglos venideros / Tendrán los
hijos de la fuerte España / Hijos de tales padres herederos.
Estos hijos entrarán en la historia
de España con la llegada de los Austrias, quienes además extenderán el valor de
los numantinos por la tierra: “quien me maldice aveces yerra,/ pero no
sabe el valor de esta mi mano; / sé bien que en todo el orbe de la
tierra, / seré llevado del valor hispano/ en la dulce ocasión que
estén reinando / un Carlos, y un Filipo, y un Fernando”. E incluso
deja ver, por medio de un vaticinio del río Duero, la necesidad de la existencia
de Numancia y su destrucción para justificar el destino divino del reinado de
Felipe II, con el cual ha llegado el momento de España y de su Imperio: “Mas
ya qué el revolver del duro hado/ tenga el último fin estatuido /
de este tu pueblo numantino armado”(...) /“Pero el que más levantará la
mano / en honra tuya y general contento,/ haciendo que el valor
del nombre hispano / tenga entre todos el mejor asiento, / un rey
será, de cuyo intento sano / grandes cosas me muestra el pensamiento.
/ Será (l)lamado, siendo suyo el mundo, / el segundo Filipo sin
segundo. / Debajo de este imperio tan dichoso / serán a una corona
reducidas, / por bien universal y a tu reposo, / tus re(in)os,
hasta entonces divididos”. Cervantes, por boca del río Duero, predice en
éste última estrofa la unificación de Portugal a la Corona española, así como
apunta a los numerosos dominios y victorias conseguidos por Felipe II (Lepanto,
la pacificación de los moriscos de Las Alpujarras, el imperio colonial en las
Indias, los Países Bajos, el Milanesado, el Franco Condado...), todo ello para
honor y grandeza de España, hasta alcanzar una hegemonía que le será reconocida
y envidiada por el resto de naciones:“Que envidia, que temor, España amada, /
te tendrán mil naciones extranjeras, / en quien tú teñirás tu aguda espada / y
tenderás triunfando tus banderas”. El fin último de la obra parece ser el de
justificar el destino histórico y divino de la nueva dinastía hispana como guía
del mundo, avocada a consolidar ese plus ultra, a la vez que permitirá el
“consuelo” de una España que llora al ver llegar el final de Numancia, pero no
el de su gloria: “llegada ya la hora postrimera, / do acabará su vida
y no su fama, / cual fénix, renovándose en la llama”. Una vez más,
Cervantes recurre al simbolismo mitológico para hablar de Numancia, ésta vez
encarnada en el ave fénix, motivo muy empleado en el siglo XVI por su gran poder
evocador, como emblema de ciudades que fueron arrasadas por el fuego y que
resurgen de sus cenizas (García Arranz 1996: 355) y para grandeza de las
poblaciones o naciones en las que se ubicaban. Numancia fue arrasada, pero
parece como si su espíritu se hubiese mantenido imperecedero con el paso de los
siglos, hasta que volvió a despertar junto con el esplendor del Imperio español.
No va a tratarse de una asociación casual, sino que como veremos más adelante,
cuando en 1718, durante el reinado de Felipe V, se cree el Regimiento de
Dragones de Numancia, el ave fénix será el emblema que se adopte como escudo del
regimiento.
Pero además, con
su tragedia el genio alcalaíno consiguió:
“que esta pequeña tierra de Numancia,/ sacase de su pérdida ganancia!”,
ya que como él mismo señaló en el Quijote, la Numancia, junto con otras obras
“de algunos entendidos poetas han sido compuestas para fama y renombre suyo, y
para ganancia de los que la han representado”, y aunque como señala
Hermenegildo (1994: 10), no se trate de un dato histórico, si es posible que
fuese llevada al corral y que su puesta en escena diese dinero, al mismo tiempo
que estas representaciones debieron suponer la difusión y el acercamiento a la
población de la temática numantina, consiguiendo dotarla de una dimensión
universal, al llegar a ser representada más allá de nuestras fronteras y
valorada por numerosos autores nacionales y extranjeros, como Goethe, el barón
La Motte-Fouqué, Schelegel, Shelley o Ticknor, entre otros.
Muchas otras obras fueron realizadas
y publicadas en ésta misma línea, no siendo posible recogerlas todas en este
trabajo, valga como ejemplo la Historia de Sagunto, Numancia y Cartago de
Lorenzo de Zamora (1589), La Numantina de Martel (ca 1590), La
Numantina de Mosquera Barnuevo (1612), el estudio de Bernardo Aldrete en su
Varias Antigvedades de España (1614) acerca de las fuentes antiguas y la
problemática del cambio de ubicación de Numancia, la primera estampa con
la representación de Numancia grabada por Lipsio en la segunda mitad del siglo
XVI, etc. En las obras realizadas durante el Siglo de Oro, ya se traten de
historia de España, poesía, romances, o teatro, vamos a poder ver presentada a
Numancia como una gloria española, a la misma altura que otros logros y
victorias conseguidas por la monarquía hispánica como fueron Pavía, San
Quintín o Lepanto.
LA IDEA ILUSTRADA DE NUMANCIA
El siglo XVIII va a comenzar con la llegada de Felipe V al
trono de España y con el inicio de la nueva dinastía borbónica. Su reinado va a
nacer sumido en una guerra de sucesión a la Corona, y con él se va a reorganizar
el ejército español para adecuarlo a las nuevas necesidades de la época. Por una
Real Ordenanza de 10 de Febrero de 1718 (Portugués 1764: 347) todas las unidades
debieron pasar a constituirse en regimientos, dejando de ser conocidos por el
nombre del Coronel que los mandaba, como era preceptivo hasta el momento, para
tomar en la mayor parte de los casos el nombre de poblaciones de la época, en
función del lugar de acantonamiento. Excepto a los Regimientos de Dragones de
Numancia y Sagunto a los que se les permitió hacerse con nombres “Ilustres e
históricos de la Historia de España”. En el caso del de Dragones de Numancia
pasó a denominarse así el anterior Regimiento Osuna, “en recuerdo de la
heroica resistencia de dicha ciudad celtibérica” (Gavira y Marcos 1992: 26).
El regimiento además acogió para su escudo de armas el ave Fénix quemándose en
un nido de ramas de canela, con el simbolismo mencionado anteriormente para el
ave mitológica, rodeada de estandartes y banderas cogidas al enemigo a lo largo
de sus campañas, y el lema latino “PRIUS FLAMMIS COMBUSTA QUAM ARMA NUMANTIA
VICTA” (Numancia antes quemada por el fuego que vencida por las armas),
recogiendo el regimiento el espíritu numantino para la defensa de España, siendo
además comunes las alusiones a Numancia en las diferentes acciones en las que
entró en combate.
En pleno periodo de florecimiento del
espíritu ilustrado se desarrolló un interés por el conocimiento universal
humanístico, reclamándose la necesidad de realizar una historia crítica a
partir del revisionismo de los hechos históricos, sin tener en cuenta aquellos
que carecían de rigor científico y que habían sido asumidos sin más. Sin
embargo, podemos apreciar como van a convivir dos tendencias: una reformista
crítica, cuyo mayor exponente será Mayans, quien se mostrará abiertamente
contrario a los postulados nacionalistas de Feijóo y lamentará el nacionalismo
exacerbado de aquellos que alababan y celebraban al padre Flórez por defender
las “supuestas” glorias nacionales, llegando incluso a ser acusado de
antiespañol por defender como auténtico patriotismo la crítica de los defectos
nacionales (Mestre Sanchís 1987: 337); y la opinión mayoritaria, representada
por el Padre Feijóo, que se manifestaba favorable a la obras que representaban y
fomentaban el espíritu nacional, y que realizaban una apología de los valores y
las glorias españolas. De hecho, el padre Feijóo, en alguno de sus discursos
como Amor de la Patria y Pasión Nacional y Las glorias de España
(de la Fuente 1956: 141-230), va a reivindicar fervientemente a España, haciendo
“apología de nuestra nación” con la finalidad de enseñar “a los
españoles que viven hoy, las glorias de sus progenitores”, para que les
sirviesen de modelo de comportamiento y rectitud. Entre las virtudes de los
antiguos españoles que va a ensalzar están su justicia, integridad, fidelidad y
honradez; y entre las glorias destacables del pasado alababa la figura de
Viriato como “jefe español” y hechos como los de Sagunto y la “guerra
injusta” de Numancia, con un discurso apasionado que le lleva a honrar a la
ciudad celtibérica a la par que desacredita a los romanos tratándolos como
traidores, alevosos, ladrones, o codiciosos en su enfrentamiento contra los “valerosos
y humildes numantinos”. Por lo que
respecta a otros historiadores de la época, bien representados por el
Padre Flórez o Juan Loperraez, también veían la guerra de Numancia como una
guerra de España, e incluso para Loperraez
los hechos acaecidos en Numancia “sirven de gloria á la nación”
y con sus hazañas Numancia se hizo acreedora “á que permanezcan en las
historias su memoria hasta el final del mundo” ya que “tan
repetidas y excesivas fueron sus heroicidades con el fin de conservar la
libertad de la patria” (Loperraez 1788: 250). Además, Loperraez acompañó su
obra del primer levantamiento topográfico de las ruinas de Numancia y fue el
primero en anunciar la necesidad de realizar en el cerro de La Muela las
oportunas excavaciones arqueológicas para corroborar la historia de la ciudad “tan
acreedora de memoria”.
Hasta ahora habíamos podido apreciar la
intención de relacionar a la monarquía hispánica con un pasado glorioso digno de
su grandeza, pero desde este momento comenzarán a surgir los conceptos de patria
y patriotismo, y los hechos históricos ocurridos en la Antigüedad van a ser
considerados como sucesos patrióticos realizados por sus protagonistas, siendo
ampliamente desarrollados en época posterior, sobre todo a partir de la Guerra
de Independencia. De esto también va a hacerse eco el teatro neoclásico,
publicándose ahora las obras de Lope de Vega, o las de Miguel de Cervantes,
entre ellas La destrucción de Numancia, junto con la proliferación de
nuevas representaciones a la manera de las
comedias Numancia cercada y Numancia destruida, ambas escritas por
Francisco de Rojas Zorrilla (anteriores a 1735), o el caso de la Numancia
destruida de Ignacio López de Ayala (1775), en la que se destacaba
lo patriótico de su gesta, contribuyendo a
reafirmar una identidad española plasmada en la herencia de los numantinos.
Sebold (1971:32) indica como la Numancia de Ayala recibió críticas positivas y
negativas, caracterizándose las positivas por su tono francamente entusiasta,
debido al contenido patriótico de la temática escogida para sus versos, pese a
que para el gusto neoclásico no era muy atractivo el hecho de que se tratase de
la historia sangrienta sobre la ruina de una ciudad. Uno de los más críticos con
la obra fue Leandro Fernández de Moratín, pero a su vez ensalzó el “feroz
heroísmo patriótico de Numancia y el efecto teatral que produce siempre su
representación” (Sebold 1971: 32). Este efecto es lo que llevó a otros
autores como José Cadalso, López de Sedano,
ó Ramón de la Cruz a tratar la
temática numantina en sus obras, realizando éste último en 1778 una Introducción
para la tragedia Numancia Destruida de Ignacio López de Ayala, en la que
se retrotraía con la nostalgia de quien ve como eran los “españoles” de Numancia
y como son en su época: “Y en las historias de España / Tan constante
y verdadero, / que nadie podrá dudarla; / y muy pocos podrán verlo
/ sin admiración y llanto, / al ver en aquellos tiempos /
cómo eran los españoles, / y cómo somos en estos; lo que le
llevará a preferir a la ciudad celtibérica por encima de cualquier otro suceso
acaecido hasta la época o monumento construido en España: Numancia destruida
siempre / Dará más honra al suelo / Español, que todas cuantas
/ Ciudades, cuantos soberbios
/ Edificios adornaron / Y adornan hoy este reino”.
“LA GLORIA DE LA NACIÓN VASCONGADA”
Desde finales del siglo XVIII comenzó a tomar cuerpo la
teoría vascoiberista que pretendía explicar el origen del pueblo y de la lengua
vasca desde el punto de vista filológico y antropológico. Según esta teoría los
vascos serían descendientes directos de Tubal, y por tanto los primeros
pobladores de la Península Ibérica, siendo el euskera la primera lengua
peninsular, conservándose en el País Vasco su raza y su idioma. La hipótesis
tradicional pensaba que los vascos representaban un vestigio de los antiguos
iberos, y en este orden de cosas Sampere y Miquel apuntaba que
“...los vascos eran una familia de los Iberos, con la misma
lengua y llegados al mismo tiempo, o que estaban ya en España cuando llegaron
los Iberos, y estos, en lo que respecta a la provincia de Soria, se
sobrepusieron a ellos, pero adoptando la lengua Vasca, bien olvidando la suya
propia, bien mezclándola hasta el extremo de formar un dialecto mixto que hoy se
interpreta fácilmente por la actual lengua Euskera”.
En este marco ideológico el filólogo
vasco, Juan Bautista Erro, quien posteriormente llegará a convertirse en
Ministro Universal del pretendiente carlista Carlos María Isidro durante la
primera Guerra Carlista, dirigió en 1803 las primeras excavaciones arqueológicas
realizadas en Numancia, al auspicio de la Sociedad Económica de Amigos del País
de Soria, más tarde Numantina. Erro analizó las inscripciones y signos
aparecidos en las cerámicas numantinas que eran el objeto de su estudio, y estas
le permitieron concluir que: “Este pequeño monumento de las antigüedades de
Numancia nos ofrece dos nociones útiles acerca de la historia de esta memorable
ciudad: primera, que la escritura Euscarana era de un uso comun y corriente
entre sus naturales; que la lengua bascongada era la general de aquellos heroes
que derramáron con solo su nombre el horror en medio de las familias de Roma, y
enmedio de los exércitos de esta poderosa madrastra del mundo. Esta es una
verdad histórica que corroboraré (....), y que pertenece a las glorias de la
nación bascongada” (Erro 1806: 173).
Además, también indicaba como el nombre de
Numancia respondía a un origen “Bascongado”, así como el de todos los
“Generales” conocidos por las fuentes clásicas, lo que unido a “Las heroicas
acciones de los Numantinos baxo de su conducta acreditan la fortaleza y la
magnanimidad de su corazón, y la etimología de su nombre”, lo que
demostraría que “los naturales de esta ciudad al tiempo de su ruina eran
Bascongados” (Erro 1806: 175), y por ende, el nombre de Garray con que
después se conoció al pueblo de fundación medieval en el que se encuentra la
antigua ciudad de Numancia, le vino dado en recuerdo del trágico fin de la
ciudad, y se derivaría de una raíz vasca que significaría “Ciudad que
frecuentemente ha sido abrasada”, y que acreditaría la existencia del
vascuence entre los numantinos aun en el tiempo de los godos (Erro 1806: 177), y
su perduración en el tiempo. Ahora podemos apreciar el empleo de Numancia
como soporte ideológico del vascoiberismo más que como elemento de estudio y de
análisis, adelantándose en su consideración de “gloria de la nación Bascongada”
incluso a las tesis nacionalistas españolas decimonónicas.
EL NUMANTINISMO Y
LA GUERRA DE INDEPENDENCIA
Los acontecimientos que se
sucedieron en España a causa de la invasión napoleónica (1808-1814) provocaron
una fuerte reacción popular contra las tropas francesas y comenzaron a desatar
el espíritu nacional, al despertar en la conciencia de la población española la
sensación de revivir una página ya escrita en la historia de España. La reacción
vino acompañada de una mirada al pasado, identificándose con imágenes anteriores
de resistencia frente a los conquistadores, haciéndose ahora más palpable, si
cabe, la consideración de las hazañas de Numancia como fruto del épico heroísmo
de todo un pueblo, por encima de las acciones individuales. En Numancia se
ejemplificaba la lucha colectiva y la resistencia contra el opresor, y en éste
caso era como si los franceses hubiesen sustituido a los romanos, y por
consiguiente, Napoleón a Escipión, en sus pretensiones de conquista. Los
mensajes que hasta ese momento había aportado la ciudad celtibérica de heroísmo,
resistencia y amor a la libertad, aunque ya aparecidos y empleados durante el
Renacimiento y la Ilustración española, se verán ahora incrementados con otros
de tinte nacionalista, sobre todo a nivel popular, que tuvieron como
consecuencia su posterior exaltación por parte de la historiografía de los
siglos XIX y XX, al considerarla como una épica moderna del pueblo español
y como un símbolo de resurgimiento de la unidad de la nación y de su capacidad
de decidir por sí misma. El numantinismo será visto como un ejemplo del
patriotismo español desde la Antigüedad, como se puede aprecia gracias a las
coplillas y pintadas que en los pueblos españoles aparecieron contra los
franceses y que fueron recogidas a mediados del siglo XIX por el Conde de
Clonard: Escucha, Napoleón, / Si como fiel aliado, / Tus
tropas has enviado, / Hallarás en la nación / Amistad y buena
unión; / Si otro objeto te guió, / Numancia no se rindió, /
Numantinos hallarás, / En España reinarás, / Pero sobre españoles,
no (Clonard: 1855: 12).
Por estas mismas fechas se publicaba en
Soria la primera Gazeta Extraordinaria (8 de mayo de 1811) con los partes
de Durán. En ellos se alentaba al levantamiento y a la resistencia, y cómo no,
no podía faltar para ello alusiones a Numancia y a “los habitantes del
nacimiento del Duero, hijos de los numantinos”. Este es el caso de
los voluntarios y bandoleros en la Guerra de Independencia, que toman el nombre
de numantinos para sus partidas como forma de identificar su resistencia al
francés con la hazaña histórica de la ciudad celtibérica. Así,
los numantinos van a ser vistos como modelo paradigmático de heroísmo y
resistencia, no sólo a nivel soriano, sino nacional, sobrepasando los
límites que posteriormente vaya a tener la provincia de Soria, ya que aparecerán
unas cuantas partidas de guerrilleros,
creadas para combatir a los franceses, que adoptaron en un principio el nombre
de numantinos, imbuidos por su espíritu de lucha. De esta forma, en 1808 se
constituyó la partida de los Leales Numantinos, que posteriormente se
incorporaría al Batallón de Campo Mayor en Corella, y el Batallón de Voluntarios
Numantinos, creado en las montañas de Soria. Poco después, por el “Reglamento
para las Partidas de Guerrillas”, que aunque no aparece hasta 1812 en la
práctica se estaba llevando cabo desde 1811, muchas de estas partidas se
convierten en cuerpos francos para regularizar su situación, dejando de ser
conocidos por el nombre de su Jefe para adoptar otro “lo más distinguido
posible”. De este modo, en mayo de 1811 la “partida del Médico”, comandada por
el famoso guerrillero Juan Palarea, cambió su nombre por el de Húsares Francos
Numantinos (Alonso Juanola y Gómez Ruiz: 1999: 405), y poco tiempo después, a
finales de 1811, organizó otra unidad, esta vez de infantería, que recibió el
nombre de Cazadores Francos Numantinos (Alonso Juanola y Gómez Ruiz: 1999: 422).
Al mismo tiempo, se produjo en los
intelectuales y en los artistas una reacción de patriotismo ante la invasión
francesa que hizo aflorar la necesidad de rescatar las imágenes heroicas del
pasado de España, para de este modo abogar por la unidad y la resistencia contra
la amenaza extranjera. Fiel reflejo de esto es la actitud mostrada por el pintor
José de Madrazo, quién, encontrándose en Roma con una beca de la Academia de
Bellas Artes de San Fernando, se mostró resuelto, según Carderera (cit. en Díez
1993: 124), a “no pintar más que cuadros de su patria”, con escenas evocadoras
de la resistencia de los pueblos peninsulares frente a la dominación romana en
Hispania. En esta línea realizó su famosa obra La Muerte de Viriato, y
comenzó a confeccionar La destrucción de Numancia, y Mégara obligando
a capitular a los romanos, de los que sólo llegó a bosquejar su composición,
ya que fue apresado por las tropas napoleónicas.
 |
Figura 3:
Cuadro de Alejo Vera, El último día de Numancia, 1882. |
Desde el bando francés también se relacionó
la resistencia de Zaragoza con la llevada a cabo por Numancia dos milenios
antes. El general Rogniat, testigo de vista del sitio, nos dice: "La
alteza de ánimo que mostraron aquellos moradores fue uno de los más admirables
espectáculos que ofrecen los anales de las naciones después de los sitios de
Sagunto y Numancia" (cit. en Toreno 1838: 365); y el
autor francés Simonde de Simondi indicaba en 1811 como La Numancia de
Cervantes volvió a ser representada mientras los franceses llevaban a cabo uno
de los sitios de Zaragoza, en un intento por parte del General Palafox de
alentar a los sitiados, incitándolos a la resistencia contra el invasor, al
sentirse identificados con los numantinos en la defensa de su patria,
relacionando la realidad del presente que se estaba viviendo en España con su
pasado heroico y legendario. Sin embargo, éste dato ha sido puesto en duda por
la historiografía posterior.
Con todo lo señalado es fácil
imaginar como el numantinismo pasó a engrosar así el “espíritu nacional”, y como
poco a poco se fue convirtiendo en parte del “carácter propio de los españoles”
y en lo que definía a una “raza”. Esto es lo que se va a transmitir a la
población española y posteriormente a generaciones de estudiantes en las
escuelas, exacerbado por el fuerte rechazo social a lo extranjero que supuso la
reacción a la invasión napoleónica. Por esa época Antonio Sabiñón escribió la
obra Numancia, tragedia española (1813), de la que Mesoneros Romanos
indicaba como vibraba de entusiasmo el público madrileño cuando, por los años
1815-1816, el más destacado y famoso actor teatral de la época, Maíquez,
interpretando el papel de Mégara, declamaba los versos de la Numancia,
gracias al atractivo que había adquirido todo lo patriótico. Y sobre ésta misma
obra opinaría Mariano José de Larra:“la tragedia, que literalmente hablando
no es de mérito sobresaliente, ha hecho el efecto que debía hacer una
composición como ella, eminentemente patriótica” (cit. en Sebold 1971).
LA CREACIÓN DE LA PROVINCIA DE SORIA
Y LA PRIMERA GUERRA CARLISTA
Aunque ya existían antecedentes como
los del periódico docente El Numantino (1756) y el del primer
establecimiento público de la ciudad de Soria creado en 1807, el Café
Numantino, lo cierto es que será al acabar la guerra de Independencia cuando
el mito de Numancia va a verse popularizado, en lo que será un paso
significativo en el reconocimiento que gozará Numancia en la vida cotidiana a
partir de ese momento. Esta identificación de la población de Soria con
Numancia se hizo mucho más palpable a partir de 1833 cuando Soria pasó a
convertirse, a partir de la reestructuración provincial de Javier de Burgos, en
una provincia más, llegando a ser Numancia uno de los fundamentos históricos
sobre los que se asiente la nueva provincia y la enseña soriana por excelencia
(Pérez Romero 1994; de la Torre 199). Así lo demuestran los artículos que
a mediados de los años 30, el clérigo y poeta Gaspar Bono y Serrano, autor de la
tragedia Último día de Numancia y del romance A las ruinas
de Numancia, publicó en el Boletín Oficial de la Provincia, dedicados a
Numancia y a sus defensores, con el fin de enlazar la recién creada provincia de
Soria con el recuerdo de la ciudad celtibérica, para contribuir a que se crease
un sentimiento provincial soriano que fuese consciente de ser heredero de tan
“glorioso pasado”. Numancia será ahora concebida como la base histórica
sobre la que se asiente la nueva provincia.
Por otra parte, la agitada situación
generada por la cuestión dinástica no resultó ajena a la provincia de Soria, ya
que se vio incluida en la zona fiel a Isabel II y al gobierno liberal durante la
primera de las guerras carlistas (1833-1839). Durante éste periodo, y la
posterior Regencia de Espartero (1841-1843), las autoridades políticas y
militares sorianas tuvieron la posibilidad de fomentar y estrechar la vínculos
entre los numantinos y los sorianos, para que, tocando en su orgullo y
patriotismo, adoptasen la causa isabelina. De éste modo, cuando hagan referencia
en sus proclamas y manifiestos a la recién gestada provincia de Soria, ésta
aparecerá como la “heredera de las glorias de Numancia”; o cuando animen a la
resistencia y a la lucha a sus paisanos sorianos lo harán retomando el nombre y
las acciones de Numancia. De éste modo el Gobierno Civil y la Junta Provisional
de Gobierno de la provincia de Soria publicaron bandos alentando a la población
a defender la Constitución de 1837, así como el derecho al trono de Isabel II y
su “legítima causa” relacionando su lucha con la de Numancia con frases como “Recordad
a Numancia que todavía existe en vuestros corazones”, para luchar contra los
que “pretendían mancillar Castilla”, denominando a los sorianos como “descendientes
de la antigua Numancia” o “descendientes de Megara”, héroe numantino.
Más adelante, durante la Regencia de Espartero, continuará empleándose a
Numancia de igual modo para apoyar al gobierno vigente: (...) Numantinos: la
Junta Provincial os habla con el corazón. / Unión y paz. Sois descendientes de
una raza de héroes que hace veinte siglos escribieron con su sangre un juramento
igual. Siempre habéis defendido con corage vuestra independencia y libertad
cuando se han visto en peligro. Hora es llegada, Numantinos, y otra página de
heroismo é inmortalidad reserva la historia á los que como vosotros se glorian
con el título de hijos de Mégara (Junta Provincial de Soria: 1843).
La importancia que va a cobrar a
partir de éste momento la “numanciamanía” (Pérez Romero 1994) se puede observar
en el gran número de comercios, cafés, calles y asociaciones que van a adoptar
en Soria el nombre de Numancia, convirtiéndose en un elemento histórico de
identificación colectiva. Así, la Sociedad Económica de Amigos del País pasará a
denominarse, tras la guerra de Independencia, como Numantina, se va a inaugurar
en 1842 como lugar de reunión y encuentro para los sorianos el Casino Numancia
(Jimeno y de la Torre 200:175), al mismo tiempo que aparecerán gran número de
periódicos y publicaciones de todas las ideologías titulados con el gentilicio
de Numancia: El Numantino (1841), el Eco de Numancia (1842), el Sol de Numancia
(1842), El Avisador Numantino (1860), el Despertador Numantino (1868), etcétera.
Mientras tanto, en las historias de
España que se comenzaron a redactar en ésta época se hablaba de Numancia en
estos términos: “En el Puente de Garray (...) todavía se descubren hoy á flor
de tierra los restos de la heroica ciudad cuya memoria hace latir de fundado
engreimiento á todo pecho español” (Romey 1839: 96). Como fruto de todo
esto, en octubre de 1842 se llevó a cabo la construcción del primer monumento
conmemorativo a Numancia, para devolverla en cierta medida lo que había dado por
España, en un sentido homenaje de reconocimiento por parte de la nación y la
población. Fue sufragado por la Asociación Económica de Amigos del País, la
Diputación Provincial y una suscripción popular, sin embargo, no pudo llegar a
concluirse ya que hubo que socorrer con estos fondos a las víctimas de la Guerra
Carlista “en vez de levantar monumentos de gloria a Retógenes y
Megara” (Rabal 1889: 107), pudiendo en la actualidad apreciarse en el
yacimiento el basamento de ésta inacabada construcción. No obstante, conocemos
gracias a Nicolás Rabal las inscripciones que, marcadas con lápiz, no llegaron a
grabarse, perdiéndose con el tiempo, pero que reflejaban el sentir soriano de
ser herederos del espíritu numantino: Si Roma orgullosa, vencida Numancia, /
Juzgó sepultados valor y constancia, / Los siglos al mundo su error demostraron;
/ los padres murieron, los hijos quedaron (Rabal 1889: 107).
NACIONALISMOS DECIMONÓNICOS Y
RESTAURACIÓN MONÁRQUICA
A mediados del siglo XIX se extendieron por
toda Europa las ideas románticas de identidad nacional y patriotismo, al mismo
tiempo que se retomó el interés por los orígenes de los diferentes pueblos, lo
que provocó que cobrasen importancia los temas de la historia antigua con la
finalidad de buscar en el pasado las raíces nacionales. Así, en Francia,
Alemania, Escocia, Irlanda, etc, se ensalza a pueblos prerromanos como los
galos, germanos, escotos, o britones, que se opusieron a la dominación romana y
que sirvieron para encarnar los ideales de identidad nacional y crear una
conciencia colectiva con fundamentos históricos, con la finalidad de vincular a
estos pueblos con las aspiraciones de sus respectivas naciones. En el caso de
España las ideas románticas están basadas casi siempre en temas de la misma
naturaleza: la unidad nacional, la resistencia, el culto a las figuras insignes
y a los grandes héroes como Retógenes, Indivil, Mandonio, Viriato e incluso el
Cid o el Quijote; y la exaltación de las grandes gestas de la historia nacional,
tales como la unificación religiosa visigoda, la Reconquista y la guerra de
Independencia. De entre de los sucesos acaecidos en la Antigüedad, Sagunto y,
como no, Numancia y los numantinos, quienes con su resistencia fueron tenidos
como modelo de heroísmo e independencia a seguir, fueron considerados como una
de las bases sobre la que se asentó el espíritu nacionalista español.
Desde entonces en adelante el tema de la génesis, desarrollo y proceso de
institucionalización de la interpretación de España, así como las ideas
relacionadas con la mentalidad nacional, van a ocupar durante varias
generaciones un espacio importante en la historia intelectual y política del
país, siendo la Historia la que suministró las claves de la identidad nacional
(Fox 1997, 11).
De nuevo vamos a vivir un momento,
como ya había ocurrido durante la época ilustrada, de proliferación de las
historias generales de España, en las que la historiografía liberal va a ser
capaz de plasmar y de identificar un “carácter nacional español” inmutable desde
la prehistoria, que va a servir para definir la identidad y la unidad nacional.
La obra más destacada fue la “Historia general de España desde los tiempos
primitivos hasta nuestros días” de Modesto Lafuente, compuesta por 30 tomos
publicados entre 1850 y 1867. Tuvo una gran difusión e importancia y, como
señala Boyd (2000: 96), sirvió para crear una imagen sobre los orígenes de la
nación española, mostrando al pueblo indígena como proclive de manera innata y
ardiente a la independencia, identificable en ejemplos de la Antigüedad española
como Sagunto y Numancia, que colaboraron a constituir ese carácter español “altivo,
caballeresco, valiente hasta el heroismo y amante como ningún otro de su
independencia”. En el tomo I presentaba el tema de la unión de los celtas e
íberos en la meseta para crear la “raza celtíbera”, recogiendo así los
postulados y pensamientos evolucionistas tan en boga en la Europa de la época,
pero además, con ello Modesto Lafuente prefiguraba el posterior liderazgo de
Castilla en la consolidación de la nación española hasta la culminación en la
monarquía de Isabel II (Boyd 2000: 96). De la “célebre ciudad celtibérica”
destacaba el hecho de que se quedase “¡sola para resistir á todo el poder
romano!”, y el que tras largos años de lucha “parecía que la
independencia de España (depositada en la resistencia de Numancia) estaba
destinada a sucumbir á los talentos militares, para ella tan funestos, de la
ilustre familia de los Escipiones” (Lafuente 1883: 448-465). Sin embargo,
"Numancia, la inmortal Numancia", había conseguido lo que nadie hubiese
creido, "que cabía en lo posible exceder en heroismo y en gloria á Sagunto,
Numancia, terror y vergüenza de la República (...)" (Lafuente 1883: X ).
No debemos olvidar que la Historia
nació en el siglo XIX como una disciplina encaminada a la educación cívica y en
el caso de España, al igual que ocurrió en otros muchos países, con la intención
de emplear el pasado para apoyar el orden social establecido (Fox 1997), así
como para ayudar a crear una conciencia nacional a partir de determinados temas
históricos, ya que se consideraba que estos eran los que más dignificaban a la
nación. Por eso en las historias de España que se escriben a partir de este
momento Numancia va a aparecer definida como “Inmortal”, y cada vez va a
hacerse más patente su consideración como “gloria nacional”, destacando
el valor y el heroico final de sus gentes como forma de despertar en la
población una sensibilización patriótica: “De este modo sucumbió la inmortal
Numancia, no vencida por sus enemigos, sino á manos de sus propios hijos, (...)
quedando así su memoria para eterno baldón de Roma, y para gloria inmortal de
los hijos de Iberia” (Calogne, 1855). Pero sobre todo, será a partir de la
aparición de la Ley Moyano de Educación Nacional (1857), momento en el que la
Historia fue considerada como asignatura obligatoria, cuando estos rasgos
proyectados por la historiografía de la primera mitad del siglo XIX van a ser
recogidos por los libros de texto como mensajes encaminados a inculcar a los
estudiantes determinados sentimientos patrióticos, mediante la exaltación del
pasado glorioso, abogando por un nacionalismo de base histórica y empleando la
escuela como vehículo para alimentar y perpetuar estas ideas. Con esta finalidad
aparecerán los primeros libros de texto que van a ejercer una importante labor
pedagógica y van a contribuir a la difusión social de los hechos históricos que
más interesan destacar. Por encima de la veracidad histórica va a primar el
desarrollar los valores patrios y el fomentar el espíritu nacional, ya que la
Historia, para los autores de los libros de texto, era el elemento central del
carácter nacional (Boyd 2000: 82). Por eso se van a tratar temas como los de los
“esclarecidos españoles” Indíbil y Mandonio, Viriato como “Libertador
de España”, y el de “la heroica” Numancia, defendida tan sólo por “los
pechos de sus habitantes, que sirvieron de muralla” (Gómez 1855: 28-29). En
cierto modo esta idea es comprensible, ya que tan sólo se habían desarrollado
pequeños trabajos puntuales en el yacimiento, llevados a cabo por Juan Bautista
Erro en 1803 y Eduardo Saavedra en 1853, y no se habían descubierto todavía sus
defensas, pese a que ya venían referenciadas por las fuentes clásicas y en el
plano de Loperraez. Sin embargo ésta idea perdurará posteriormente, de forma
casi constante, para ilustrar con ella la resolución y el valor de los españoles
desde la Antigüedad, al no asustarse por el número ni el armamento de los
enemigos, considerándolo producto del “carácter español”. Al mismo tiempo que se
comenzará a recalcar a los estudiantes el hecho de que no hubiese sobrevivido
ningún numantino, prefiriendo la muerte a la sumisión a los extranjeros por su
“gran amor a la patria”.
El reinado de Isabel II va a ser,
junto con el de Alfonso XIII, uno de los momentos históricos más importantes
para revalorizar Numancia y emplear su imagen y su símbolo para la defensa de la
monarquía y del espíritu nacional. Además, en 1861se iniciaron las primeras
excavaciones continuadas en la “invicta” e “inmortal Numancia”
(Saavedra 1867: 31) a cargo de Eduardo Saavedra, trabajos que tuvieron una gran
repercusión ya que supusieron la “confirmación científica e indudable” y
la demostración incuestionable de su verdadero emplazamiento en el cerro de La
Muela de Garray. Pero además, durante el reinado isabelino se llevó a cabo la
conmemoración del XX Centenario de la Epopeya Numantina (1867), con un marcado
carácter nacionalista y político, subyaciendo en el fondo de la cuestión los
intereses que tenían los diferentes gobiernos europeos por impulsar determinados
acontecimientos históricos, reinterpretando los hechos a favor de sus propias
visiones históricas. Sin embargo, las excavaciones arqueológicas se fueron al
traste con la llegada de “La Gloriosa”, revolución que destronó a
Isabel II en 1868, no volviéndose a emplear Numancia como símbolo nacional hasta
que, tras la Primera República, vea la luz la Restauración monárquica de Alfonso
XII. Aunque los trabajos arqueológicos van a permanecer olvidados hasta 1905,
cuando vuelvan a ser reanudados en pleno reinado de Alfonso XIII.
Mientras tanto, los intelectuales y
autores católicos habían estado buscando desde los años setenta la rectitud y la
integridad nacional, y destacaban en sus textos como “No hay ningún otro
pueblo en el mundo cuyo carácter nacional haya sido conservado más tenazmente a
lo largo de los siglos” (Sánchez Casado 1867), una idea que fue en aumento
una vez alcanzada la Restauración monárquica. Una de las obras fundamentales en
las que se plasma este pensamiento es la de Menéndez Pelayo, Historia de los
Heterodoxos españoles (1880-1882), en la que se rechazan las ideas
extranjeras y se busca en la fe católica la única espiritualidad de la “patria”,
los españoles son vistos como una “raza” o “casta”, en la que se aprecia una
unidad cultural y religiosa rastreable desde tiempos inmemoriales. Lo mismo
ocurre con otras obras de menor relevancia como la de Beltrán y Rozpide (1889:
7), en las que se insistía en la “Importancia del estudio preferente que
merece la historia nacional, por que nos enseña el carácter, las ideas, las
costumbres, los vicios y virtudes de nuestros antepasados, de nuestra raza y de
nuestro pasado; adquirimos así pleno cabal y conocimiento de todos los elementos
que han concurrido á la formación de nuestra nacionalidad”, ignorando que el
carácter español había sido modelado por invasiones y conquistas que
dificultaban a todas luces la pureza racial.
Sin embargo, como recoge Boyd (2000:
84), el reflejo de la historia “nacional” en los libros educativos más leídos
por la juventud durante la Restauración quedaba representado de manera
contradictoria, con escaso interés por los “tiempos primitivos”, al ser
considerados como carentes de utilidad ideológica tanto para los liberales como
para los conservadores, excepto por algunas características consideradas como
perdurables del “carácter nacional celtíbero” como eran su amor a la
independencia y el odio contra los extranjeros. De ésta forma, los conservadores
católicos van a dar algo más de importancia a la “Edad Antigua” debido a que en
ella se dieron cita la “rebelión nacional de Viriato” y los “heroicos martirios”
de Sagunto y Numancia. Así los textos escolares van a presentar a Numancia como
“el sepulcro de las legiones romanas” (Palluzie y Cantolozalla 1886), o
como “una plaza de héroes” (Callejo Fernández 1886); mientras que en el
libro de Oliveira (1894), al narrar el final de los habitantes de la ciudad se
decía que: “No quedaba a aquellos héroes más recurso que humillarse o morir y
prefirieron lo último, lanzándose al campo enemigo y sembrando la muerte al
recibirla”, definiendo el final de Numancia como “patriótico holocausto”.
Además, se va a continuar afirmando la originalidad histórica de Castilla como
unificadora de las fuerzas peninsulares y creadora de su cultura (Fox 1997:
202), algo que va a quedar reflejado no sólo en los textos de la época, sino que
posteriormente se recuperará y servirá para reafirmar la ideología franquista,
que también va a identificar la historia de España con la de Castilla. Por eso
el hecho de Numancia es importante y recurrente, porque permite retrotraer el
patriotismo y el carácter nacional a unos tiempos remotos, ubicándolos en tierra
castellana, al igual que ya había ocurrió con la obra de Cervantes, aunque desde
otra perspectiva.
Parece evidente que el nacionalismo
está íntimamente relacionado con la cultura, hasta el punto de definirla y, a
menudo, “inventarla” (Fox, 1997: 22), ya que según él, la interpretación que se
haga va a ser resultado de determinados productos culturales como la historia,
la literatura o el arte, que proporcionan imágenes e ideas para ordenar el
comportamiento de los individuos, o para definir su pensamiento. Las obras
de arte de carácter histórico, fomentadas ya desde mediados del siglo XVIII por
la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, habían comenzado a cobrar una
gran importancia para ilustrar y enseñar a la sociedad ciertos sentimientos e
ideales a través de la representación de temas extraídos de la historia antigua
de España, permitiendo con ello que se llevase a cabo una relectura ideológica
del pasado que alcanzará su mayor aceptación y difusión en el siglo XIX,
actuando como vehículo de expresión de la ideas románticas y nacionalistas con
una clara finalidad didáctica. La Academia de Bellas Artes va a elegir para ello
temas artísticos extraídos de la historia antigua, en muchas ocasiones a partir
de las obras del Padre Mariana o de Florián de Ocampo, tales como la guerra
saguntina, Viriato o Numancia. La temática numantina fue plasmada por pintores
neoclásicos y románticos de renombre de la talla de Ribera, Madrazo, Martí
Alsina, Sans Cabot, entre otros, aunque la obra de mayor relevancia será la de
Alejo Vera, “El último día de Numancia”, realizada en 1881. Fue muy criticada
por sus contemporáneos por la falta de verismo histórico, aunque supuso otro
paso más a la hora de “sacralizar” a Numancia y contribuyó en gran medida a la
construcción del mito, ya que a partir de ese momento, cuando se plasmen en los
manuales y libros de texto escolares la historia de Numancia, la imagen
representada va a ser la de esos numantinos y numantinas retratados por Vera
quitándose la vida, eso sí, adornados con mensajes patrióticos y aleccionadores
como moraleja a ese final.
 |
Figura 4:
Portada del Avisador Numantino, 1905. |
Por estas mismas fechas y toda vez
que se había conseguido la Restauración de Alfonso XII, Numancia fue declarada
Monumento Nacional por Real Orden de 25 de agosto de 1882. Poco tiempo después,
el Segundo Batallón del Regimiento San Marcial, último que estuvo de guarnición
en Soria, quiso dejar constancia, con una “muestra de amor patrio”, de lo
que para el Ejército español significaba “en el historial glorioso del valor
temerario y la bravura heroica de nuestra raza, la invista Numancia” (AA.VV
1912: V), y se despidió de Soria levantando un monumento dedicado “A
los valerosos numantinos”.
NUMANCIA COMO ESPEJO
REGENERACIONISTA
Todos los postulados esbozados hasta
el momento van a verse acentuados desde finales del siglo XIX, como consecuencia
de los reveses sufridos por España al perder sus últimas posesiones coloniales
en Ultramar, junto con otros dos hechos señalados por Fox (1997: 12) como
fueron, el fracaso de la Restauración y la influencia de las mentalidades
nacionales europeas. El Desastre del 98, del que se consideraba que España había
salido derrotada, invertebrada o incluso muerta, sumió al país en un hondo
pesimismo general y en una lenta apatía que conllevó una crisis de la identidad
nacional. Esto provocó en los pensadores, escritores y políticos la necesidad de
buscar la Regeneración del país, reclamando una nueva España a partir del examen
del origen de su ruina y decadencia, que para Miguel de Unamuno “residían en
que ya no hay Quijotes”. Era necesario el regeneracionismo, pero al mismo
tiempo el país era incapaz de regenerarse (Santos Juliá 2002: 33), y así,
las clases intelectuales a las que pertenecían Unamuno, Ortega, Maeztu,
Altamira, Ganivet ó Almirall, entre otros, criticaban a un pueblo incapaz de
sentir y de escuchar, y culpaban a la clase política decimonónica de conducir al
país a la decadencia y a la degeneración, y de haberse olvidado de la cultura.
Por eso Azorín demandaba actuaciones ya que “no se podía permanecer inerte
ante la dolorosa situación de España”, y definía a la generación del 98 como
una generación historicista que buscaba la “continuidad nacional”, en
ésta misma línea dirá Ortega y Gasset que “el hombre no es naturaleza, sino
historia”.
A partir de este momento observamos la
insistencia de los pensadores españoles por definir los rasgos de la identidad
colectiva española y por reafirmar una cultura nacional de naturaleza
histórico-política, fomentando en sus obras las ideas que reafirmasen la
mentalidad nacional y que buscasen en la historia la ansiada continuidad y ese
“carácter español”, invariable a lo largo de los siglos, con los que se
pudiese definir una España “eterna e inmutable”.
Para ello se hacía necesario regresar a una edad de oro y evocar las excelsas
cualidades de “lo español” desde tiempos inmemoriales. A la hora de definir su
idiosincrasia y peculiaridad los autores van a destacar del español su
individualismo, su amor por la libertad y su sentimiento de independencia,
viendo en Numancia un espejo al que asomarse como modelo para obtener “la
santidad, la inmortalidad y la fama”. El espíritu de España se revela, según
Azorín, en Numancia: “No se rindió Numancia y no se rindió Baler. No se acaba
en España la santidad. No se acaba el heroísmo. Baler nos atestigua que el
espíritu de Numancia no se ha extinguido. La guerra con Estados Unidos fue un
desastre; pero fue también una demostración del espíritu heroico de España
(...). Y allí mismo, en la isla de Luzón, se estaba escribiendo la página más
brillante que desde Numancia, sí desde Numancia, ha escrito el heroísmo español”
(Martín Cerezo 2000). Numancia de nuevo vuelve a ser tratada como símbolo de
integridad y como un valor espiritual de referencia al que aferrarse, ejemplo de
persistencia de unos valores que pretenden dejar atrás la contaminación de todo
lo extranjero a la que se estaba expuesto:“En estas postrimerías de la
decadencia española, cuando el desastre abate las frentes de los conquistadores
del mundo (...) por la pérdida de nuestro dilatado y rico imperio
colonial, la grandeza y el heroísmo de Numancia perduran, sirviendo de estimulo
constante a los defensores de la integridad nacional, que no vacilan en derramar
su sangre y en inmolar sus vidas en el sacrosanto altar de la Patria, en
holocausto de su libertad e independencia” (Arambilet, 1904). Así, la
nacionalidad española se va a apoyar e identificar en la grandeza de Numancia
porque “A medida que fue afirmándose y agrandándose la nacionalidad española,
se afirmó y creció la significación de la epopeya numantina” (Vera, 1906).
También los manuales y libros de texto se hicieron eco de ésta situación
y emplearon la historia para plasmar el proceso de unificación territorial,
recogiendo ese carácter nacional inmutable desde tiempos de los celtíberos: “El
rasgo característico de aquellos españoles era el espíritu caballeresco (...)
por la libertad y la independencia habrían dado cien veces su vida” (Ortega
1908: 76) al igual que se presentaba a Numancia y a los “bravos Numantinos”
como los continuadora de esa “titánica lucha” iniciada por Viriato, quien
había recogido el “eco fiel de la protesta de los españoles” contra
los romanos (Ortega 1908: 78-82).
No obstante, casi al mismo tiempo surgirán
voces discrepantes dentro del movimiento regeneracionista que propondrán
otras maneras de enfrentarse a la crisis, frente a los posicionamientos más
historicistas y tradicionalistas de una ideología liberal que comenzaba a
agotarse. Rafael Altamira, en su discurso de apertura del curso académico
1898-1899 de la Universidad de Oviedo, demolió cuatro mitos, cuatro “leyendas de
la Historia de España”, como eran la riqueza del territorio nacional, la
decadencia natural de la “raza”, el carácter religioso de la Reconquista y la
leyenda de la resistencia de Sagunto, ya que las consideraba un obstáculo para
que la nación se conociera así misma y por tanto se regenerase (Altamira 1898).
En ésta misma línea otros intelectuales de la época como Ángel Ganivet y Joaquín
Costa, preocupados por la decadencia de su patria, se sumergieron en el pasado
para descubrir el secreto de su grandeza y originalidad, pero desde posiciones
mucho más críticas, cansados de escuchar las alabanzas de las pasadas glorias
nacionales. De ésta forma, para Costa la única forma de hacer honor a nuestro
pasado era poniéndole “punto y final”, echando “doble llave al sepulcro del
Cid”, a la vez que denunciaba el que se fomentasen y se ensalzasen algunos
acontecimientos históricos de España para ocultar la desazón presente, “Deshinchemos
esos grandes nombres: Sagunto, Numancia, Otimba, Lepanto, con que se envenena
nuestra juventud en las escuelas, y pasémosles una esponja. (Costa 1914).
Todo esto era debido a que en los manuales y en los institutos españoles,
desde la década de los ochenta, se había instruido a una población
principalmente rural para que los mitos y las leyendas históricas constituyesen
la base de éste patriotismo (Boyd 2000: 93).
En éste contexto social de
pesadumbre nacional se va a construir en 1905, sobre las ruinas de Numancia,
otro monumento dedicado a honrar su memoria, ya que la situación que vivía
España ofrecía un caldo de cultivo idóneo para el uso de la ciudad celtibérica
como exponente de los valores patrios a seguir (Jimeno y de la Torre 1998: 476).
Desde las páginas de la Ilustración Artística (26 de agosto de 1905) se definía
como una “empresa eminentemente patriótica que borra una vergüenza nacional,
cual era la de que sobre el sitio que ocupó la gloriosa Numancia no hubiese algo
que indicara donde existió”, y con ello se conseguiría que “todos
aplaudamos la gloria de Numancia, que es la gloria de esta Patria, que siempre
fue grande y a la que todos nos debemos” (Ciria 1905). Se quería establecer
con ello una estrecha vinculación e identificación de Numancia con las esencias
patrias, pero al mismo tiempo también de Soria con la naturaleza numantina
(Jimeno y de la Torre 1997). La grandeza de Soria se apoya en esta
identificación, que va a contar con el respaldo de todas las instituciones,
asociaciones, políticos y personalidades sorianas, unidas en torno a esta
iniciativa: “Para los sorianos, la patria chica, que es nuestra familia,
nuestra religión, nuestros amores, nuestro corazón, nuestro pasado, nuestro
presente y nuestro porvenir, está simbolizada en Numancia... Numancia fue grande
por la inmensidad de su heroísmo;... y Soria lo será también por honrar y
enaltecer sus glorias del pasado, por guardar en su memoria, en sus tradiciones,
que es como guardarlas en su corazón, las grandes virtudes de aquellos héroes
numantinos, que supieron conservar el hogar” (Arambilet 1904). Se observaba
una identificación entre el olvido de la gesta numantina y el olvido y
marginación económica y política que estaba sufriendo la provincia de Soria, que
se consideraba amenazada de desaparición. Por eso se va a utilizar Numancia para
reclamar la atención sobre la provincia y reivindicar la importancia de lo que
Numancia y Soria han dado por España, presionando así al Estado a hacer justicia
y reconocer esa deuda histórica. Se demandaba con ello que el sacrificio y
abnegación de Numancia por la patria fuese correspondido por ésta, máxime cuando
se consideraba que era lo más respetable que se había hecho por España, y se
apelaba a que un país que olvida su grandeza es un país hacia la decadencia y el
desastre.
A la inauguración de éste monumento acudió el rey Alfonso XIII, quien ya había
podido contemplar, junto con los Príncipes de Asturias, las ruinas de Numancia
dos años antes, al realizar una visita oficial a Soria. Este hecho va a
coincidir además con la reanudación de los trabajos arqueológicos en el
yacimiento, que serán llevados a cabo por un equipo alemán encabezado por Adolf
Schulten y financiado por el Kaiser Guillermo II, en respuesta a su nombramiento
como Coronel Honorario del Regimiento de Dragones de Numancia. Resulta
paradójico el hecho de que Schulten se declarase en repetidas ocasiones, sobre
todo en las publicaciones científicas internacionales, como descubridor de
Numancia, “la hasta entonces en vano buscada ciudad ibérica de Numancia había
sido hallada” (Schulten 1953:18), al mismo tiempo que manifestaba que hasta
que él llegó y empezó sus excavaciones nadie se acordaba de Numancia, olvidando
los años de trabajos anteriores, el reconocimiento institucional y social con la
construcción de monumentos, la asimilación de la historia de Numancia a la
historia de Soria y de España, la declaración de Monumento Nacional, etc. Estas
afirmaciones, junto a otras desafortunadas declaraciones “anticastellanas” del
profesor alemán, al afirmar que la única forma de que España se incorporase a
Europa y dejase de ser africana era que los castellanos quedasen reducidos a la
condición de colonos de los catalanes, u otras similares tales como “la burla
francesa de que África empieza en los Pirineos es una verdad como un templo”
o “de animal calificaban los antiguos la vida de los celtíberos, y lo
mismo sigue siendo hoy día” (Schulten 1913), y que se debían a la herencia
evolucionista cultural decimonónica, así como a la perspectiva imperialista y
colonialista con la que se presentó en España, no hicieron sino herir los
sentimientos de la población y generaron una reacción dialéctica contra la
persona y los trabajos de Schulten. Uno de los protagonistas de esta oposición
fue el abad Gómez Santa Cruz, quien se hizo eco del malestar social manifestado
tanto en los diarios sorianos como en la prensa nacional (Jimeno y de la Torre
2000). Esta reacción provocó, en palabras del propio profesor alemán, que unos
“exaltados” pidiesen su retiro inmediato ya que “tenían a mal que unos
extranjeros hubiesen descubierto el célebre lugar y reclamaban para España la
continuación de las excavaciones” (Schulten 1914). Sin embargo, a Schulten
se le permitió continuar durante casi una década trabajando en los campamentos
romanos del cerco establecido por Escipión, como si sólo fuese indecoroso para
la nación que excavase en Numancia; y los campamentos, por el hecho de ser
romanos, no tuviesen la misma importancia que la denominada “gloria nacional”.
De esta forma, los trabajos de Schulten en la ciudad fueron continuados de
manera ininterrumpida, entre 1906 y 1923, por una nueva Comisión Ejecutiva de
Excavaciones perteneciente a la Real Academia Española de la Historia, que se
iba a encargar en lo sucesivo de desenterrar las ruinas de Numancia.
No cabe duda de que el nacionalismo cultural desarrollado desde finales del
siglo XIX había calado e influido notablemente en la arqueología, al ser
interpretados los resultados de sus investigaciones con fines políticos, sobre
todo a la hora de conferir importancia a la búsqueda de los orígenes nacionales,
llegando en muchas ocasiones a aportar conclusiones no siempre reales y a
condicionar los resultados de los trabajos arqueológicos. En esta línea podemos
observar como en las publicaciones de los miembros de la Comisión Ejecutiva, de
la que formaban parte entre otros: Saavedra, Taracena, Mélida y González
Simancas, los trabajos en el cerro eran considerados como “una empresa
nacional”, por lo que “tal ciudad representa en la Historia
patria” (AA.VV. 1912: 3). Además, Jose Ramón Mélida afirmaba que las
excavaciones en Numancia eran “una deuda nacional”, la historia de la
ciudad un “hecho del que está orgullosa nuestra patria”, y su escenario“el
teatro más antiguo del alto ejemplo de heroísmo hispano y en nuestros tiempos de
la dichosa exhumación de una riqueza arqueológica nacional”. Y es que la
finalidad de la Comisión era la de “levantar el postizo romano” para
conservar los restos de la ciudad indígena (obviando, por falta de interés, todo
lo romano), y revivir con ello“la página gloriosa que en la historia patria
llena con indelebles rasgos la gloriosa Numancia” (Mélida 1917), que para
otro arqueólogo de la Comisión como González Simancas (1926: 272) “forman
parte de aquel grandioso relicario donde la tierra guarda aún tantas memorias
demostrativas de la cultura ibérica y del patriotismo y fiero valor de los
celtíberos”.
Para aprovechar esta coyuntura
social de reconocimiento de Numancia y como forma de denunciar el olvido que
padecía la provincia de Soria por parte del gobierno de España, en febrero de
1922, Pelayo Artigas, catedrático del Instituto de Soria, propuso que se
cambiase el nombre de la provincia por el de Numancia, conservando el de Soria
tan sólo para la capital (Jimeno y de la Torre 1998: 479-480). Esto dio lugar a
una encendida discusión y a una entusiasta acogida en la prensa local. El cambio
de denominación fue visto por algunos como una garantía para la supervivencia de
la provincia y la solución para los complejos de inferioridad y atraso que
acusaban los sorianos (Pérez Romero, 1991). Pero la división de opiniones entre
los políticos sorianos, -debido a que los representantes de la izquierda se
opusieron al cambio de denominación-, supuso que desde las páginas del Noticiero
de Soria se reflexionase sobre “si es con él (el cambio de nombre) o
con la conducta que necesitamos seguir en lo sucesivo, con lo que obtendremos
ferrocarriles que crucen nuestra provincia, canales y pantanos, empresas...”.
Esto supuso la ruptura definitiva en la opinión soriana de la identificación de
los problemas de Soria con Numancia; es decir, se había considerado a Soria como
una nueva Numancia asediada y castigada por el sistema económico y político
salido de la revolución, una provincia abocada a la destrucción y desaparición
(Pérez Romero, 1991).
Casi al mismo tiempo los trabajos en
el cerro llegaron a su fin debido a que en 1923, con la llegada de Primo de
Rivera al poder, se interrumpieron las subvenciones, al igual que ocurrió en
muchos otros yacimientos, y ya no se continuaron desarrollando las excavaciones
en la ciudad, poniendo fin a la etapa más larga de intervenciones arqueológicas
llevadas a cabo en Numancia hasta la fecha.
NUMANCIA: ALMA REPUBLICANA Y CORAZÓN
NACIONALCATÓLICO
Durante la Dictadura de Primo de Rivera
(1923-1931) se van a extender las ideas nacionalcatólicas, ya desarrolladas en
el último cuarto del siglo XIX, sobre todo a partir de los postulados que Angel
Ganivet (1897) había plasmado en su “Ideario español”, en el que se
hablaba de la “constitución natural de la raza” y de restaurar “el
carácter español a su forma originaria”. Por eso ahora vamos a poder
apreciar las preferencias por mitos como los de Numancia, Lepanto y Otimba,
incluso sobre símbolos contemporáneos como la bandera, el mapa o la monarquía (Boyd
2000: 166) a la hora de buscar la identidad nacional, ya que lo más
característico del “genio” de la “raza española” estaba en la espiritualidad y
en los valores que perduraban en el mundo moderno, y que posteriormente servirán
de referencia para la época franquista. La Raza fue el título
escogido para la obra de Ruiz de Romeo (1926) en la que calificaba a ésta como
constituyente del factor espiritual más importante en toda civilización, y junto
con el suelo y el clima “se hallaba representada en España por un conjunto de
pueblos de los que, cada uno, dejó, indeleble, en la tierra hispana sus
caracteres peculiarísimos, de tal modo, que en el pueblo español se ven
reflejados, en forma patente, aquellos rasgos más salientes por los cuales se
distinguieron. Por eso no serán de extrañar textos en los que se alabe la
importancia de la historia nacional con la finalidad de sacralizar los hechos
considerados más importantes. En ésta
línea, Pascual Santa Cruz Revuelta, en España sobre todo diría que: “De
rodillas, ante ese cementerio del cual surgió, como rosa sobre un vasto osario,
la Nación española, tú debes prometerle solemnemente conocerla para amarla, y
pagar con tu sacrificio diario en sus altares, el gran sacrificio secular de
millones de admirables compatriotas” (Santa Cruz 1926: 135).
Dentro de estos rasgos convenía
resaltar el amor a la patria que habían demostrado los numantinos, ya que habían
contribuido, con su sacrificio, a consolidar la nación. Por eso, textos como
El libro de España de Edelvives (1928: 46), reeditado durante la
Guerra Civil, exhortaban a que lo ocurrido en Numancia y lo que aportó a
España “no lo debe olvidar ningún español (...). Más aún, todo español
debería ver las ruinas de Numancia dando su postrer aliento a la independencia
de la Patria, porque “Todo aquello es sagrado”. En unos momentos en
los que lo que interesaba destacar era el carácter español de todo lo bueno
acaecido en la Antigüedad, incluso las aportaciones culturales, artísticas e
históricas de la prolongada presencia árabe en la Península eran consideradas
como “una cultura española” ya que “los musulmanes eran casi todos
españoles” y “casi no corría sangre oriental por sus venas” (1928:
307). Sin embargo, la proliferación de noticias de este tipo llevaron a Primo de
Rivera a denunciar ante el Consejo Real de Instrucción Pública el hecho de que “el
Estado debería encauzar la mente del joven para fortalecerla y darle una
educación (...) alejada de las exageraciones de quienes por un exaltado
optimismo nos presentan a España como el país dotado de todos los dones
providenciales o de los que, al contrario, por un acentuado pesimismo, la
desposeen de todo lo bueno” (cit. Boyd 200: 158).
Durante la II República (1931-1936),
se va a personificar una identidad nacional a través de la plasmación de nuevos
símbolos como las Cortes de Cádiz o la Primera República, al mismo tiempo que
aparecerán nuevos héroes, escogidos no por ser españoles sino republicanos,
Mariana Pineda, Pablo Iglesias o el capitán Galán, de los cuales se va a
ensalzar su universalidad y no su españolidad (Boyd 2000: 196), aunque la
finalidad va a ser la misma que en el siglo XIX, la de utilizar la historia para
transmitir patrones morales y ejemplificadores. Aún así, habrá símbolos
tradicionales que seguirán sirviendo para inculcar determinados valores. De
hecho, en el nuevo bachillerato decretado por Villalobos en 1934 se ordenaba
para el curso inicial el estudio de algunos héroes y mitos de la Antigüedad,
sobre todo “españoles” protagonistas de la lucha contra Roma: Indíbil, Mandonio,
Viriato, Sagunto y Numancia, junto con otros más modernos como el 2 de Mayo o la
conquista de América. De ésta forma, el tema de Numancia se seguirá tratando en
un tono patriótico similar al de etapas anteriores, aunque de manera menos
recurrente y de una forma algo menos exacerbada: “¿Dieron ejemplo de
patriotismo los españoles de aquel tiempo? Muchísimos: sólo citaremos los
gloriosos triunfos de Viriato y la heroicidad de Numancia” (Edelvives 1934:
14), predominado más el carácter descriptivo en su tratamiento y evitándose los
adjetivos apasionados para definirla: “formidable ciudad” (Bruño 1933) o
“heroica ciudad” (Aguado 1932).
 |
Figura 5:
Visita de Alfonso XIII a Numancia, 1905, en la inauguración del
monumento dedicado a honrar su memoria. |
No cabe duda que los acontecimientos
que sucedieron en España en el año 1936 hicieron que no pudieran desarrollarse
estas ideas, con lo que, por la poca duración de los periodos históricos de
Primo de Rivera y de la II República, apenas hubo tiempo de generar y
desarrollar una ideología sólida en los libros de texto. La Guerra Civil
Española (1936-1939) permitió que se rescatase y emplease la grandeza de
Numancia por ambos bandos en litigio, si bien es verdad que ahondando en
cualidades diferentes, según la ideología de base, pero partiendo de premisas e
ideas ya utilizadas con anterioridad en otros momentos históricos. Así, la
España republicana recurrió a la historia de Numancia como espejo en el que
mirarse durante el sitio de Madrid, en la misma línea del “no pasarán” del
eslogan acuñado para defender la capital republicana de la amenaza de las tropas
del General Franco. Rafael Alberti estrenó en las navidades de 1937 su
“adaptación y versión actualizada” de la Numancia de Cervantes, quién
como “poeta y militar, se hubiera sentido orgulloso de asistir a la
representación de su tragedia a poca distancia de las trincheras enemigas”
(Alberti, 1975: 9), ya que su obra iba a ser representada “-en un teatro de
Madrid!, ¿comprendéis?-, a poco más de dos mil metros de los cañones facciosos y
bajo la continua amenaza de los aviones italianos y alemanes” (Alberti,
1975: 7). Para Alberti, tanto los soldados del Ejército Popular como los
ciudadanos y defensores de Madrid que la presenciasen sabrían apreciar lo que
esa representación significaría y lo que tenía de “transcendente e histórica”,
por que “aunque la gravísima situación militar de aquella diminuta ciudad
celtíbera, (...) el heroísmo y glorioso final de todos sus habitantes disten
mucho de podernos ofrecer un exacto paralelo con nuestra capital republicana, en
el ejemplo de resistencia, moral y espíritu de los madrileños de hoy domina la
misma grandeza y orgullo de alma numantinos” (Alberti, 1975: 7).
En esta ocasión “los numantinos”
participaron en la contienda luchando en ambos frentes ya que, en 1936, Benito
Artigas Arpón organizó en la provincia de Soria el Batallón Numancia, que
combatió en el frente de Guadalajara integrado en la 35 Brigada Mixta del
Ejército Republicano; mientras que en el bando nacionalista se constituyó el
Tercio de Requetés Numantinos que, mandado por Nicasio Trilles, conformó el VII
Cuerpo de Ejército, dentro de la 72 División mandada por el General Ricardo
Serrador. Al mismo tiempo, las tropas italianas encargadas de la defensa del
aeródromo de Garray levantaron un nuevo monumento sobre las ruinas de Numancia,
esta vez dedicado a IL DUCE, en lo que será un recuerdo a sus antepasados
romanos que anduvieron por la ciudad. Dicho monumento fue retirado cuando las
tropas italianas dejaron su participación en la contienda, seguramente por que
no se consideró oportuno para la memoria de la ciudad de Numancia, que tanto
había sufrido en su lucha contra Roma.
Por su parte, el bando nacionalista
se aferró más al carácter inmortal de Numancia y a la transmisión de su abnegada
lucha por España a los escolares, para que se empapasen del patriotismo
histórico del español. En plena contienda, José María Pemán (1938) escribiría un
libro que iba a ser, según él:“Texto oficial para las escuelas públicas de la
Nación”, en el que se daban las consignas que debían ser seguidas por los
maestros para hacer que “los niños futuros tomen definitivamente partido por
España”, procurando con ello “sobreexcitar y utilizar esa gran fuerza
infantil, hasta ahora tan desaprovechada en España, que es el entusiasmo y la
facilidad para “tomar partido” (...)”. Entre los hechos gloriosos y
contagiosos que debían enseñarse a los niños estaba la historia de Numancia:
“Tocarla (aludiendo a las campañas romanas en la Meseta) era como tocarle
a España el corazón” (Pemán 1938), mientras que otros textos como el de Seix
y Barral definían a Numancia como “otro gran santuario de la heroicidad
española” (Nualart 1939: 2)
Acabada la guerra, el interés se centró más
en el control de la Historia y de los mensajes didácticos dirigidos a los
escolares como manera de inculcarles una identidad nacional, pasando a
convertirse en dogmas históricos de la fundamentación ideológica del nuevo
régimen establecido. De hecho, en los primeros años de la etapa franquista, Luis
Ortiz Muñoz advertía sobre la necesidad de controlar la educación en las
escuelas como forma de transmitir los conceptos patrióticos a las
generaciones futuras y como único modo de contrarrestar las enseñanzas
transmitidas por la educación laica de época republicana. "no triunfará la
nueva España si no conquista la Escuela". De este modo, los libros de texto
son escritos "para que las almas infantiles se eduquen ya, siempre, en el
amor noble y puro a la gran Patria española" (...) incidiendo en "El
valor de la historia en la formación del espíritu del niño. Sobre todo desde el
punto de vista patriótico y moral" (Ortiz Muñoz 1940). Con estos postulados
didácticos no es de extrañar que los primeros años de la posguerra fuesen los
más radicales a la hora de enviar mensajes aleccionadores a los jóvenes
escolares y que se pretendiese relacionar de manera directa ciertos
acontecimientos de la contienda con la historia de Numancia: “El germen
de heroísmo empleado por nuestros soldados en Oviedo, Belchite, el Alcázar de
Toledo, etc., hay que buscarlo en Numancia. Entonces, como ahora, el español no
se asustó por el número y armamento de sus enemigos” (Trillo 1942).
Más allá de recuperar la historia de Numancia, el interés radicaba en vincular
lo que de patriótico y definitorio del carácter nacional había tenido a la hora
de conformar ese espíritu inmortal como base de la identidad española, y
es que hasta tal punto se reconocía lo que había aportado con su gesta,
que en la letra del himno de España realizado por Eduardo Marquina, en su
tercera estrofa se cantaba: ¡Viva España! / La Patria con Numancia / decidió
morir / ¡y España es inmortal! (Domínguez 1941).
Muchos otros
libros de texto incidirán en el carácter y en los aspectos raciales que definen
lo español y que ya veían plasmados en los numantinos: “si alguna vez el
temperamento de una raza se ha demostrado hasta extremos aparentes sobrehumanos,
esta fue la lucha de los numantinos por defender sus ideales de independencia
con bravura sin precedentes” (Ballesteros 1942); y el texto de Maillo
ensañaba como fue en tiempos de los íberos, “primeros habitantes de nuestra
patria”, cuando se empezó a conformar “la base racial de la gran familia
española”, para a partir de aquí comenzar a ensalzar el nacionalismo y el
arrojo demostrado por los numantinos: “cuando entraron en la ciudad las
tropas romanas, sólo hallaron en ella ruinas, cenizas y cadáveres, muestras
preciadas del estoico valor y el amor a la independencia de la noble raza
española, que prefiere la muerte a perder la libertad y el honor. Los escombros
y restos gloriosos de Numancia son un monumento imperecedero al heroismo y
bravura de las gentes de España” ( Maillo 1942).
Según fue afianzándose el Estado
español, lejos de objetivar los datos extraídos de la Historia Antigua y de
reducir su influencia y su consideración en la aportación para la “historia
nacional”, estos fueron empleados para ensalzar y justificar la naturaleza y la
existencia del propio régimen, además de contribuir a fomentar ideas contrarias
a todo lo extranjero y de fomentar el patriotismo. Almagro Díaz, en los guiones
utilizados por la Jefatura del Frente de Juventudes para la formación histórica
de los aprendices españoles, reconocía como al pueblo español le había cabido la
enorme responsabilidad y gloria de ser uno de los pocos pueblos determinantes
para la historia de la humanidad, ya que según él, el relato de la historia
nacional permitía demostrar que España había sido un pueblo digno y decisivo,
rastreable desde la Edad Antigua: “Numancia y otras, como Sagunto, y como los
prisioneros españoles, prefieren acabar por la hoguera o el veneno antes de ver
rebajado su sentido de la dignidad y de la hermandad mutua por la esclavitud a
un extranjero (Almagro Díaz 1948: 30-31), además de criticar la
división de los iberos, algo que por otra parte era considerado como
“frecuente en nuestra raza” y un “defecto español” fruto de un “localismo
orgulloso” (Almagro Díaz 1948: 68). El “patriotismo numantino” será recogido
y destacado por casi todos los libros escolares, de este modo en el Ventanal
de España (1949) se enseñaba como “el mismo Duero, que lame los muros de
la vieja ciudad, fué testigo del sacrificio sublime e insuperable de los
numantinos en aras de la lealtad, del patriotismo y de la independencia
sacrosanta de la Patria”; el de Edelvives (1954) indicaba como en la
provincia de Soria se protagonizó “una de las mayores glorias de la Patria
(...) Allí estuvo la ciudad heroica, espanto de la poderosa república romana
(...) dando su postrer aliento por la independencia de la patria. Ved aquí un
ejemplo inaudito de valor, de fiereza, de tenacidad y de amor a la patria”;
y se aleccionaba a los estudiantes para que fuesen conscientes de que “los
celtíberos fueron gente noble y amante de la libertad (...) Para ellos, como
para todos los españoles buenos patriotas, el morir luchando por la patria era
un honor” (Martí Alpera, 1955).
La tesis mantenida sigue siendo la
de “la continuidad histórica y de su misión en todas las épocas, y
especialmente en la antigüedad clásica. Viriato (como luego Trajano, Cortés y
José Antonio) y todos los grandes capitanes hispanos, como ibéricos se
consideran uno más entre sus hermanos y camaradas, y combaten por la misma
causa” (Almagro Díaz 1948: 68). Al mismo tiempo, en algunos libros se
continuaban transmitiendo, junto al patriotismo de los numantinos, las ideas
castellanizantes en la configuración del Estado español, recordando lo mucho que
se le debía a la provincia de Soria: “cerca de Soria, junto al padre Duero,
que arrulló con el murmullo de sus aguas el nacimiento y desarrollo de Castilla,
en dónde se alza una colina, sobre cuya cima un obelisco proclama que allí
estuvo emplazada la ciudad de Numancia” (Maillo 1942).
También es digno de reseñar como la
manipulación de los hechos históricos para justificar la existencia del régimen
se tradujo, especialmente durante los años 40 y 50, en ciertos cambios en las
imágenes escolares (Valls, 1995: 113; y Ruiz Zapatero y Álvarez Sanchís 1997:
624), dándose primacía a aquellas que por su carga emotiva servían mejor para
exaltar el patriotismo y las características heroicas ejemplares, como las
gestas protagonizadas por Sagunto y Numancia, los considerados “primeros
mártires” de la independencia de España como Indíbil y Mandonio y el “caudillo
Viriato”. Estas ilustraciones estarán inspiradas claramente en la pintura del
siglo XIX, en el caso de Numancia sobre todo a partir de la obra de Alejo Vera,
(con escasa veracidad histórica pero con gran dramatismo), que es la que va a
repetirse en la gran mayoría de los libros de texto escolares, llegando a
realizarse, una manipulación visual del pasado de forma interesada y descarada
(Sopeña 1994 y Valls 1994). No obstante, y aunque como hemos podido apreciar
anteriormente, la interpretación de la historia en ésta época no es en algunos
casos radicalmente distinta de la idea transmitida en la segunda mitad del siglo
XIX (Ruiz Zapatero y Álvarez Sanchís 1997; de la Torre 1998 y Boyd 2000), al
haber sido construidos muchos de sus paradigmas sobre principios de herencia
decimonónica, no cabe duda de que las enseñanzas nacionalcatólicas exageraron y
manipularon los hechos históricos en su propio interés, con un nacionalismo
extremo, surgiendo historias distorsionadas y en ocasiones enriquecidas, con la
intención de mostrar mensajes patrióticos a la sociedad, fundamentalmente a los
jóvenes. En el libro Numancia. Epopeya histórica narrada a la juventud
de Poch Noguer (1952: 8) se ensalzaba a Numancia considerándola como una “Odisea
única en la Historia” que “En defensa del honor patrio humillaron a la
orgullosa Roma (...) llegando a considerar el nombre de Numancia como
sinónimo de “libertad y heroismo”, y que debería ser tenido presente por
toda la humanidad con entusiasta admiración al tratarse de un “Buen
ejemplo para vosotros, jóvenes de estirpe hispano-americana”.
Por último, y para acabar con éste
rápido viaje diacrónico que nos ha permitido tratar brevemente algunos ejemplos
significativos del empleo de Numancia, nos gustaría finalizar con una de las
últimas obras que en época franquista ensalzaron el carácter “racial” de la
ciudad celtibérica, apreciando en ella el penúltimo eslabón de una cadena de
“aportaciones” a la historia numantina, que había comenzado con su destrucción
en el año 133 a.C. Se trata del libro “Numancia, Espíritu de una raza” en
el cual se elevaba a Numancia al punto más alto jamás alcanzado por ningún otro
hecho acaecido en la historia de España y a la que España poco menos que debería
su existencia: he aquí la ciudad celtibérica, o netamente española, por
excelencia. A ninguna otra acción de sacrificio, como la suya, no igualada hasta
ahora por pueblo alguno, le debe tanto España la permanencia de su ser, de su
temple razial, maravillosamente inconfundible”. “Numancia fue vencida
aparentemente (...) pero “no dio el espíritu. Este quedó flotando sin dominio
posible en toda la península. Y él, indomable y eterno ha triunfado de todo
perdurar y honrar a sus creadores. Numancia, pues, es nervio y corazón del
español” (s.a. 1968: 1). “Esto en resumen fue Numancia: la plasmación de
lo que somos: espíritu inmortal. Y a Numancia, por tanto, debe España su ser
(s.a. 1968: 1).
Aún así, desde finales de los años
cincuenta y sobre todo a partir de la década de los sesenta se había comenzado a
hablar de nuevo de crisis de identidad nacional. Vicens Vives (1957 y 1960) será
el primero que trate ésta situación, considerando que se debía a dos factores
principales como son el despertar del espíritu regionalista por un lado,
y por otro al desarrollo de una vocación europea dentro de España. Esto ha
llevado, desde entonces, a la necesidad de realizar reinterpretaciones de
nuestro pasado, con revisiones historiográficas del papel jugado por la
historia, la imagen, el arte, la escuela, la arqueología, etcétera, en la
Historia de España. En este proceso estamos sumidos actualmente, al haberse
acentuado la importancia que tienen los hechos históricos a la hora de encauzar
las identidades nacionalistas y autonómicas, al mismo tiempo que están sirviendo
para reafirmar las visiones europeísta.
CONCLUSIONES
Aunque algunos libros, artículos y
obras de autores ilustres no han sido citados, dada la inmensa bibliografía y el
continuo y extenso uso que se ha dado a Numancia para reafirmar las diferentes
ideologías e identidades emergidas en los últimos cinco siglos, creemos que
aparecen suficientemente cimentados los argumentos de su empleo ideológico a lo
largo de este tiempo en la historia de España.
Es evidente que la construcción de
identidades es un proceso lento, al que en cada momento histórico se han ido
añadiendo nuevos elementos para generar y configurar una imagen del “carácter”,
del “espíritu” y de la “forma de ser” de los españoles, con la pretensión de
hacer ver que esos atributos eran identificables desde la Antigüedad hasta los
diferentes momentos “presentes”. Por ello, los enfoques desde los que se ha
partido a la hora de crear dichas identidades han ido variando con el paso del
tiempo, elaborando cada época su propia visión del pasado y realizando una
revisión y una constructio de los hechos históricos en función de sus
propios intereses y motivaciones, encaminada casi siempre a legitimizar y
enraizar el poder con el pasado, independientemente del signo ideológico del que
este se vistiese.
Cuando se hizo necesario rescatar, de entre
los acontecimientos de la historia antigua de España, ejemplos que sirviesen
para comparar y vincular las “grandezas contemporáneas” con las “glorias
pasadas” ocurridas en suelo peninsular, Numancia fue tenida como un referente
continuo. De este modo, su historia ha sido recordada y utilizada de manera
constante, más que cualquier otro hecho de la Antigüedad española, debido, no
cabe duda, al dramático desenlace al que se vio avocada y al reconocimiento
social que obtuvo su titánica lucha contra un enemigo mucho más poderoso. Pero
sobre todo porque se trató, al igual que Sagunto, de una gesta colectiva llevada
a cabo por todos sus habitantes, lo que la acercó, más si cabe, a la población
española, por encima de otras hazañas individuales. Al mismo tiempo, el hecho de
estar enclavada en el corazón de Castilla la hizo colocarse en una posición de
salida privilegiada, sobre todo en aquellos momentos en los que primaron los
patrones castellanizantes y centralizantes a la hora de configurar la
idea de España.
Todas estas consideraciones han
contribuido a que se hayan realizado más representaciones artísticas y
literarias acerca de la historia de Numancia que de ningún otro hecho histórico
de la Antigüedad española, a lo que indudablemente también colaboró el impulso
que recibió a partir de la tragedia La Destrucción de Numancia, escrita
por Miguel de Cervantes, que la dotó de una fama y reconocimiento universal.
Además, su nombre ha venido empleándose, y continúa reconociéndose así hoy en
día, como sinónimo de resistencia y de defensa a ultranza contra el enemigo, e
incluso ha sido considerada durante mucho tiempo como símbolo de patriotismo,
como espejo al que asomarse en épocas de crisis de identidad y como una hazaña
definitoria del carácter nacional. Por eso, no es de extrañar que en muchas
ocasiones haya parecido como sí los numantinos no hubiesen luchado sólo por su
libertad e independencia, sino que más allá del espacio territorial que dominaba
Numancia, y como sí con una visión de futuro, su sacrificio y tenacidad hubiesen
sido necesarios para definir el “espíritu español” y configurar el “carácter de
nuestra raza”, como se llegó a decir a inicios del siglo XX. Con el tiempo los
numantinos pasaron de luchar por “su patria” a luchar por “nuestra nación”,
siendo empleada su gesta como paradigma del espíritu de libertad del pueblo y
también como abnegado ejemplo de patriotismo español del que se hizo eco la
historiografía decimonónica a la hora de configurar y conformar las bases de una
identidad nacional. Sin embargo, también hemos podido apreciar como el uso de
Numancia no es identificable con una doctrina política concreta, sino que ha
sido empleada en diferentes épocas, casi de manera continua, por la gran mayoría
de corrientes ideológicas que, desde inicio del siglo XIX, han visto la luz en
territorio español, independientemente de su signo político e ideológico. Así,
podemos advertir como fue utilizada durante la Reconquista, la Ilustración, La
Guerra de Independencia, el Desastre colonial del 98 o la Guerra Civil; o como
se hicieron eco de ella vascoiberistas, liberales, regeneracionistas,
tradicionalistas, monárquicos, republicanos, nacionalcatólicos, franquistas,
etcétera, aunque cada uno de ellos haciendo primar unos aspectos de la gesta
numantina por encima de otros, según el prisma ideológico y conceptual al que
estuviera expuesta.
Pero al mismo tiempo que la historia
de Numancia iba recibiendo nuevas aportaciones en su consideración de hazaña
patriótica constituyente de la identidad española,
se ha venido produciendo una acumulación de
informaciones que han ido deformando y distorsionando la realidad, dejando en un
segundo plano las noticias históricas, al haber sido manipulados o interpretados
muchos de sus datos erróneamente. De ésta manera, Numancia ha visto y sufrido
cambios de ubicación; se ha dado por hecho que no hubo supervivientes, lo que
fue empleado para demostrar su amor por la libertad y su patriotismo contra todo
lo extranjero; se ha llegado a negar la existencia de murallas, lo que además
permitía incidir en el valor y en la bravura de los numantinos; e incluso se han
visto variados datos, a priori básicos, como son la duración de la contienda y
del asedio de Escipión, por no hablar de las fluctuaciones en el número de
combatientes o de la presencia de Viriato y sus lusitanos en la ciudad
celtibérica, para estrechar con ello las relaciones entre los dos símbolos
de la
Antigüedad hispana en su lucha común contra Roma, y más allá, “en defensa de
España” y de la “integridad e identidad nacional”.
BIIBLIOGRAFÍA
AA.VV. (1912): Excavaciones en
Numancia. Memoria presentada al Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes
por la Comisión Ejecutiva. Madrid, Imprenta Artística de José Blass y Cía.
ALBERTI, RAFAEL (1975): Numancia.
Adaptación y versión actualizada de la destrucción de Numancia, de Miguel de
Cervantes. Madrid, Ediciones Turner.
ALMAGRO DÍAZ, A (1948): El Pueblo
Español y su Destino. Madrid, s.n.
ALONSO JUANOLA, V. y GÓMEZ RUIZ, M
(1999): El Ejército de los Borbones, tomo V, volumen 1. Madrid, Servicio
Histórico Militar.
ALTAMIRA, R (1898): El patriotismo y
la Universidad. Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, XXII, 426:
257-269. Madrid.
ÁLVAREZ JUNCO, J (2001): MATER
DOLOROSA. La idea e España en el siglo XIX. Madrid, Taurus.
ARAMBILET, S. (1905): Aceña y su
Monumento. Noticiero de Soria, del 24 de agosto. Soria.
MARTÍN CEREZO, S. (2000): El
sitio de Baler: notas y recuerdos. Prólogo de Azorín. Madrid, Ministerio de
Defensa.
BALLESTEROS, A. (1942): Síntesis
de la Historia de España. Barcelona, Salvat - Edit.
BELTRÁN Y ROZPIDE, R. (1889):
Compendio de Historia de España. Madrid, Establecimiento Tipográfico de
Fontanet (1ª Ed. 1884).
BLAS GUERRERO, A. de (Dir) (1997):
Enciclopedia del Nacionalismo. Madrid, Tecno
BOYD, CAROLYN P. (2000): Historia
Patria. Política e identidad nacional en España: 1875-1975. Barcelona, Ediciones
Pomares Corredor.
CALOGNE Y PÉREZ, I. (1855): El
Pabellón Español o diccionario histórico descriptivo de las batallas, sitios y
acciones más notables que han dado ó que han asistido las tropas españolas.
Madrid, Gómez Fuentenebro.
COSTA, J. (1914): Crisis política
de España. Doble llave al Sepulcro del Cid. Madrid.
CLONARD, CONDE DE (1855):
Historia Orgánica de las Armas de Infantería y la Caballería Españolas, tomo
VI. Madrid.
CLONARD, CONDE DE (1857):
Historia Orgánica de las Armas de Infantería y la Caballería Españolas, tomo
XIII. Madrid, Imprenta de D. Francisco del Castillo
DÍAZ ANDREU, M. (1997): Nación e
internacionalización. La Arqueología en España en las tres primeras décadas del
siglo XX. En G. Mora y M. Díaz Andreu (eds): La Cristalización del Pasado:
génesis y desarrollo del marco institucional de la arqueología en España.
Málaga, 1997: 471-483.
DÍEZ, J.L (1993): La pintura de
historia del siglo XIX en España, Catálogo de la Exposición
(octubre-diciembre 1992). Madrid, Museo del Prado.
DOMÉNECH, R. (1967 ): Miguel de
Cervantes. La destrucción de Numancia. Edición y prólogo de Ricardo
Domenech. Madrid, Taurus, Temas de España, nº 55.
DOMÍNGUEZ, J.L. (1941): Glorias
Hispanas. Barcelona, Ed. Salvatella.
DURÁN, A. (1849): Romancero general
o colección de romances castellanos anteriores al siglo XVIII. Biblioteca de
Autores Españoles, tomo X. Madrid, Imp. de la Publicidad á cargo de D. M.
Rivadeneyra.
VIVES, L. (1934): Enciclopedia
escolar Edelvives, I Grado. Barcelona, Editorial Luis Vives, S.A.
ERRO, J. B. (1806): Alfabeto de
la lengua primitiva de España, y explicación de sus antiguos monumentos, de
inscripciones y medallas. Madrid, Imprenta de Ripollés.
FOX, INMAN (1997): La invención
de España. Nacionalismo liberal e identidad nacional. Madrid, Cátedra.
FUENTE, V. de la (1952): Obras
escogidas del Padre Fray Benito Jerónimo Feijóo y Montenegro. Biblioteca de
Autores Españoles, tomo LVI. Madrid, Real Academia de la Historia.
GARCÍA ARRANZ, JOSÉ JULIO (1996):
Ornitología Emblemática. Las aves en la literatura simbólica ilustrada en Europa
durante los siglos XVI y XVII. Cáceres, Universidad de Extremadura.
GAVIRA, E y MARCOS, S. (1992): El
Regimiento Numancia en la Historia de España. Zaragoza.
GÓMEZ SANTA CRUZ, S. (1914): El
solar numantino. Refutación de las Conclusiones Históricas y Arqueológicas
defendidas por Adolf Schulten. Madrid, Imp. de la Revista de Archivos,
Bibliotecas y Museos.
HERMENEGILDO, A. (1994): Miguel
de Cervantes. La Destrucción de Numancia. Madrid, Castalia.
JIMENO MARTÍNEZ, A. y TORRE
ECHÁVARRI, J.I. (1997): Numancia y Regeneración. En Mora, G. y Díaz Andreu, M. (eds):
La Cristalización del Pasado: génesis y desarrollo del marco institucional de
la arqueología en España. Málaga, 1997: 471-483.
JIMENO MARTÍNEZ, A. y TORRE
ECHÁVARRI, J.I. (1999): Gómez Santacruz, Schulten y el pensamiento de su época.
CELTIBERIA, nº 93: 551-575. Soria, Centro de Estudios Sorianos.
JIMENO MARTÍNEZ, A. y TORRE
ECHÁVARRI, J.I. (2000): Los inicios del Casino entre numantinismo y sorianismo.
CL Aniversario del Círculo la Amistad Numancia: 1848-1998, 169-186.
Soria, Exma. Diputación Provincial de Soria.
JULIÁ, S. (2002): Regenerarse o Morir: el
discurso de los intelectuales. En Regeneración y Reforma. España a Comienzos
del siglo XX: 33-49. Madrid,
Fundación BBVA.
MESTRE SANCHÍS, A. (1987):
Conciencia Histórica e Historiografía. Historia de España de Ramón Menénez
Pidal, tomo XXXI: 301-345. Madrid, Espasa Calpe.
MAILLO, A. (1942): Camino. Libro
de lectura comentado. Barceloma, Ed. Salvatella.
MARTÍ ALPERA (1930): Nueva
Enciclopedia Escolar. Burgos, Ed. H. De S. Rodríguez.
NUALART, C.B. (1939): Repertorio
Escolar. Cuaderno 5. Prehistoria, España Romana, España visigótica, España árabe.
Barcelona, Seix y Barral.
LAFUENTE, M. (1887): Historia
general de España desde los tiempos primitivos hasta nuestros días, Tomo I.
Barcelona, Montaner y Simón, Editores.
LATORRE MACARRÓN, J.A. (1996):
Periódicos de Soria. (1811-1994). Soria, Soria Edita.
OLIVEIRA MARTÍNS, J.P. (1894):
Historia de la Civilización Ibérica. Madrid, Imp. Fortanet.
ORTIZ MUÑOZ, L. (1940): Glorias
Imperiales: libro escolar de Lecturas Históricas. Madrid, Ed. Magisterio
Español.
PALLUZIE Y CASTOLOZALLA, E. (1886):
Resumen de la Historia de España para los niños. Barcelona.
PEMÁN, J.M. (1938): La Historia
de España contada con sencillez. Madrid, Ed. Escelier S.L.
PEREZ ROMERO, E. (1991):
Numantinismo, sorianismo, nacionalismo. Homenaje a Blas Taracena con motivo
del 50 aniversario de la publicación de la Carta Arqueológica de Soria.
Soria, Diario de Soria.
PEREZ ROMERO, E. (1994): La ciudad
Inmóvil. En C. Álvarez (coord.). Soria entre dos siglos. Catálogo de la
Exposición: 28-39. Soria, Junta de Castilla y León.
POCH NOGUER, J (1952): Numancia.
Epopeya histórica narrada a la juventud. Colección Páginas Brillantes de la
Historia. Barcelona, Ed. Araluce.
PORTUGUES, J. A. (1764):
Colección General de las Ordenanzas Militares, Tomo II. Madrid,
Imprenta de Antonio Marín.
QUESADA, F (1995): La Imagen del
Héroe. Los antiguos iberos en la plástica española del XIX. Revista de
Arqueología, nº 162: 36-47. Madrid.
RABAL, N. (1906): El Monumento a
Numancia erigido sobre las ruinas de la ciudad Celtíbera a expensas del Excmo.
Sr. D. Ramón Benito Aceña. Madrid.
ROMERO, ENCISO Y ENCABO (1985):
ROMEY, C. (1839): Historia de
España, desde el tiempo primitivo hasta el presente, tomo I. Barcelona, Imp.
de A. Bergues.
RUIZ ZAPATERO, G. y ÁLVAREZ SANCHÍS,
J (1997).: El poder visual del pasado: Prehistoria e imagen en los manuales
escolares. La cristalización del pasado: génesis y desarrollo del marco
institucional de la arqueología en España. Málaga.
SAAVEDRA, E. (1861): Descripción
de la vía romana de Uxama a Augustobriga. Madrid, Real Academia de la
Historia.
SANTA CRUZ REVUELTA, P. (1926):
España sobre todo. Páginas patrióticas para la infancia. Madrid.
SCHULTEN, A. (1914): Mis
excavaciones en Numancia. Barcelona. Publicado anteriormente en el
Bulletin Hispanique, Burdeos, 1913.
SCHULTEN, A. (1953): Cincuenta y
cinco años de investigación en Numancia. Reus, Ed. Rosa de Reus.
SEBOLD, R. P. (1971): Ignacio
López de Ayala, Numancia Destruida. Madrid, Biblioteca Anaya.
SIMONDE DE SIMONDI, J.C.L. (1811):
De la littérature du midi de L´Europe. París.
SOPEÑA, A. (1994): El Florido
Pensil. Memoria de la escuela nacionalcatólica. Barcelona, Crítica.
TORENO, CONDE DE (1838): Historia
del Levantamiento, Guerra y Revolución de España. Tomo I. París, Librería
Europea de Baudry.
TORRE ECHÁVARRI, J.I. de la (1998):
Numancia: usos y abusos de la tradición historiográfica. Complutum, 9:
193-211. Madrid.
TORRE ECHÁVARRI, J.I. de la (1999):
Soria y la herencia numantina. Revista de Soria, nº 25: 39-50. Soria
TORRE ECHÁVARRI, J.I. de la (2000):
El mito de Numancia y las enseñanzas numantinas. Revista de Soria, nº
28,:31-42. Soria.
VALLS, R. (1994): La manipulación
franquista de la Historia enseñada. Madrid, Historia 16, nº 218.
VALLS, R. (1995): Las imágenes en
los manuales escolares españoles de Historia, ¿ilustraciones o documentos?.
Iber. Didáctica de las Ciencias Sociales, Geografía e Historia 4: 105-119.
Barcelona.
VICENS VIVES (1957): Historia
social y económica de España y América. Barcelona, Vicens Vives.
VICENS VIVES (1960): Aproximación
a la historia de España. Barcelona, Teide: Universidad.
SIN AUTOR (1968): Numancia, Espíritu de una raza.
Ediciones España. (s.l.)
|